“Me buscaréis y me hallaréis si me buscáis de todo corazón. Y yo (Dios) me dejaré hallar en vosotros”. (Jeremías 29, 13)
Días atrás publiqué un artículo bajo el título: “Cuando el cielo está nublado”, con el que retomaba el asunto de la pandemia ya tratado por mí al inicio de la misma, hace dos años; y lo concluía con el consabido: “lo natural es que llueva”, como afirma el I Ching o Libro de las Mutaciones, al que me remito. Lógica elemental, sin sorpresa por el hecho de llover. Ni porque todavía hoy se mantenga viva la metáfora y siga lloviendo en forma de más variantes, más contagios, más dolor y más confusión social, pues el cielo sigue igual de encapotado dos años después.
Así que, aun si el tejado de tu casa o de la mía están secos: llueve, y lo hace sobre mojado. Que equivale a decir que tras dos años de “tempestad”, no han cambiado los parámetros del comienzo que motivaron mi reflexión e inspiraron varios artículos, de los cuales recupero hoy uno tan explícito y actual, que suena a asunto pendiente.
Lo titulé:
CONFINADOS, que viene de: “CONFÍN”. Y de este modo me expresaba hace dos años:
“Confín: punto más lejano que se alcanza con la vista, fin o final. Límite”
“Confinado”: hallarse en el confín o final. Limitado”
“Si te imaginas a ti mismo en el campo, puedes interpretar que el confín se halla en el horizonte, que es donde alcanza tu vista. Pero si te mueves o avanzas, el horizonte que aparece ante ti es otro; y luego otro… y otro. ¿Cuántos horizontes hay? ¿Dónde se ubica el confín?
Reflexionamos. El horizonte, en verdad, no es un conjunto de lugares, sino una línea imaginaria, una referencia; y también una alegoría respecto al ser humano que transita por el mundo en busca del “sentido” de la vida y su finalidad. Una referencia simbólica de nosotros, y además de actualidad.
Somos seres provistos de Alma y, por tanto, caminantes en busca de sentido o significado, inmersos hoy en una situación que nos atemoriza y desborda, pero que, con toda probabilidad necesitamos vivir, comprender y asimilar; lo cual va más allá de “resistir o vencer”. Nada es casual ni inútil en este Universo que no malgasta ni un ápice de energía. Todo sirve y cumple una función. También esta circunstancia de la pandemia y el “confinamiento”…, que significa “haber llegado al fin o final”. Un episodio, pues, del viaje de la vida del que somos caminantes, ante el cual se impone una necesaria reflexión, cuando menos.
Este es mi honesto sentir. Así lo vivo, en verdad; como una gran oportunidad que, sin duda, abarcará mucho más tiempo del que dure esta puntual pandemia con la que se inicia un ciclo de varios años y grandes cambios. Creo que nos hallamos en el escenario de una revelación y de una metáfora que aluden a la tal vez mayor de todas las verdades heredadas de nuestros antepasados de diversas tradiciones, y que tiene que ver con nuestro origen, naturaleza y nuestra relación con Dios. Se trata de aquella revelación esencial que afirma la “Presencia” inmanente y eterna de Dios en el corazón del Hombre: la Shekinah del pueblo hebreo, o el Atmán de los hinduistas; del descenso del Espíritu hasta el Mundo Material que da lugar a la Creación, quedándose por siempre en ella. En definitiva, de la materialización o manifestación del Espíritu en forma de Materia y de Ser Humano; que es la distancia más larga concebible o el más alejado lugar que pueda existir: el “final” o CONFÍN, donde el Espíritu o Dios se ha quedado a vivir según reza la tradición; es decir: está CONFINADO.
Párate un momento, amigo; porque no se trata de un juego de palabras ni de un acertijo…
Confinado, como tú ahora y por algún tiempo más, aunque cambien las formas... ¿Te suena esta llamativa semejanza? ¿Crees que es casual? No lo es. Por el contrario, algo ya previsto está sucediendo ante nuestra distraída mirada… Piensa. Si tú, con tu cuerpo físico, representas el lugar más alejado o “confín” de cuantos puedas concebir en relación a Dios; y resulta que Dios está “confinado” en él, es decir, en ti… ¿quién eres tú? ¿Quién es Él?”
Con estas preguntas en el aire terminaba mi artículo entonces… Y con ellas y las palabras del profeta Jeremías que cito al comienzo, concluyo esta reflexión de hoy que se alimenta de aquella misma esperanza, basada en la realización del “viaje al interior de uno mismo” donde hallarnos a nosotros y “hallarle a Él en nosotros”. Encuentro con la “Presencia” que pone punto final a la tempestad…, y abre la puerta al milagro.
“Vi un cielo nuevo y una tierra nueva…”, anuncia oportuno el Apocalipsis.
Félix Gracia (Enero 2022)