“No temas, que Yo (Yahvéh) estoy contigo. Yo te fortaleceré y vendré en tu ayuda” (Isaías 41, 10)
Amanece lentamente esta mañana. Como cada día, contemplo su llegada desde el ventanal que da al jardín, justo enfrente del arbusto que vengo observando desde su nacimiento, hace tres años, como quien espera algo de él…
Esta es la historia de un arbusto silvestre y de una pareja de mirlos. Pero es, sobretodo, el relato de un despertar en mí que he sido su paciente observador. Nada serio, por tanto… O, tal vez sí, pues me conecta con la actividad de Dios que denominamos Creación, y con el sentimiento esencial de Jesús en relación al “Creador”, a quien llamó Padre celestial…, y con la magia de la Vida.
Os lo cuento. La historia comienza un día de primavera, tres años atrás y en el jardín de nuestra casa donde ha empezado a crecer una planta cuyas hojas no se parecen a ninguna otra de las ya habituales en el lugar. Se trata de una planta nueva, diferente a todas, original… Un hecho completamente intrascendente, como veis, y probablemente común. Pero a mí me llama la atención y me pregunto qué hace esa planta rara en mi jardín. Y la dejo estar, diciéndome a mí mismo que el hecho no es casual, sino intencionado; que una mano invisible la ha plantado por alguna razón y que quizá tras él exista un propósito…. “Hágase”, pues.
Bueno… ¡teníais que haberla visto, cómo ha crecido de rápido! No voy a entrar en detalles; solo deciros que los dos primeros años produjo tallos y hojas hasta convertirse en un arbusto voluminoso de casi dos metros de diámetro por uno de altura, todo él verde majestuoso para la mirada. Pero un misterio para mí, que seguía preguntándome qué hacía esa planta rara en mi jardín.
Y así llegamos a este año presente, el tercero, y la planta celebra la nueva primavera con una floración impresionante. Miles de florecillas blancas conformando un manto blanco, como un paraguas vivo cubriéndola toda hasta el suelo, como una poesía de color…, como una piel.
Llega el otoño y las flores dan paso a la formación de pequeños frutos, bolitas de color rojo intenso. Y el arbusto antes blanco se torna rojo, como un majestoso “Rey Mago” del jardín vestido de terciopelo frutal, que se ofrece a sí mismo como regalo y alimento…
Y, un día, una pareja de mirlos acuden a la llamada del “arbusto-Rey Mago”, y pareciera que el reino de los cielos en forma de banquete ha sido inaugurado en el jardín… Y siento que quizá se ha cumplido un propósito.
Un propósito (inherente a la Vida) que garantice su continuidad. Algo así como decir que “la Vida QUIERE SER Vida”, y ese propósito la convierte en permanente y Eterna. Visión que, aplicada a esta sencilla historia vendría a decir que: porque el mirlo (la Vida manifestada en forma de mirlo) tiene el propósito de seguir siendo Vida manifestada, atrae los medios: hace brotar una planta, que le servirá de alimento y lo sostendrá… Y así siempre, en todos los ámbitos de la existencia, que incluye al ser humano y nos abre los ojos ante la actividad permanente de Dios que llamamos Creación, y a la magia.
Sí, amigos, ese anuncio del Profeta Isaías: :Yo (Dios) te fortaleceré y vendré en tu ayuda”, apunta en la misma dirección y coincide igualmente con el sentido de la confianza innata del pueblo hebreo contenida en la palabra “Emunah”, que fue el punto de apoyo y la “roca firme” de Jesús, y que de manera explícita se halla en sus palabras: “No os inquietéis por vuestra vida, por qué comeréis o cómo habréis de vestiros (…) mirad cómo las aves del cielo no siembran, ni siegan ni guardan en graneros, y el Padre celestial las alimenta (…) No os preocupéis pues diciendo: ¿Qué comeremos o qué vestiremos? Pues bien sabe vuestro Padre celestial que de todo eso tenéis necesidad. Buscad, pues, primero el reino y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura” (Mateo 6,25-33) Y me digo: ¿no expresan estas palabras de Jesús el mismo sentimiento en relación a la existencia de un “orden” providencial que cuida a todo lo viviente?
Con ellas, Jesús no anima a adoptar una actitud indolente o pasota, sino a confiar sin reservas, como un niño. Como confía un niño, que no tiene instalado en su alma el recelo, ni la mentira ni lo imposible (característicos del adulto) sino la magia: el sentimiento de que algo numinoso, invisible, pero todopoderoso y bueno, cuida de él. “Emunah”, en el vocabulario y en el quehacer de Jesús. CONFIANZA innata.
Adiós, amigos. Me quedo en este amanecer contemplando el Mundo desde mi ventana, sin prisas. Sintiendo que, así como el mirlo “atrae” la atención del Creador que hace crecer al arbusto para su alimento, tal vez nosotros, con nuestras ganas de Vivir y de Ser, somos estímulo para Dios, que hace del Mundo un lugar providente y fecundo, compartido y cuidado por Él…: el “Reino” anunciado que no acabamos de descubrir, quizá porque somos demasiado adultos. “Si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos”. Advirtió aquel Jesús que lo fue, ¿recuerdas?
Se acaba la Navidad…, el momento del año en que la Humanidad celebra desde hace milenios “la venida al Mundo de ese Poder Creador”, en forma de “nacimiento de un Niño-Divino”, como un hecho mágico. Y, desde entonces, todas las casas se llenan de música y de alegría, como si ese “niño” soñado fuese a venir a ellas…
No sabemos si esto ha sucedido o si ha habido tal milagro. Pero, si alguno de los adultos que componen la Humanidad de hoy; si alguno de nosotros se siente de pronto “niño” como aquellos señalados por Jesús…, la Navidad habrá sido.
Cada día de nuestra vida es, o puede ser, “Noche de Reyes Magos”.
Félix Gracia (Enero 2022)