“Porque tú  (Yahveh)  formaste mis entrañas, tú  me tejiste en el seno de mi madre"  (Salmo 139, 13)

Uno  lee sin mas este versículo del Salmo, y tiene la impresión de que el salmista le “pide cuentas” a Dios; que su discurso tiene más de  reproche que de alabanza. Algo impropio de tal categoría bíblica, pero coherente con la vida terrenal -esta nuestra de cada día- donde el ser humano, mujer y varón, habita y convive con un cuerpo biológico, físico y personal, no siempre coincidente con  su sentimiento de identidad propia. Es decir: tener  cuerpo de varón -por ejemplo- pero en lo más profundo de sí,  sentirse mujer, totalmente mujer. Y a la inversa. Vivir en un cuerpo “extraño”,  en definitiva. Una llamativa  paradoja que pone de relieve un tema candente   en la sociedad,  un conflicto personal entre dos categorías humanas que conlleva condicionamientos, limitaciones y padecimiento a muchas personas, y una llamada a la atención de todos: seres dormidos conminados  a completar por sí mismos  el citado Salmo, como quien realiza una  auto confesión o juicio personal.

De todos -digo-  porque el asunto concierne a la humanidad original, al ADAM bíblico, primigenio -previo o anterior al desdoblamiento en varón y mujer- el cual  no es una persona, sino el “estado original” humano del que, más tarde,  resultarán estas dos categorías. Aquel ADAM creado es de la misma naturaleza de Dios, hecho a su imagen y semejanza; es decir, Pleno y Total, portador de  ambas polaridades:  perfecto. Del cual y a consecuencia de dicho desdoblamiento biológico descendemos todos  -seres individualizados por nacimiento  y adscritos a una u otra categoría entre  varón o mujer- nosotros, que somos seres biológicos. sí.  Mas, no solo…

Abordo esta reflexión, transcurrida ya la celebración popular de la denominada “Fiesta del Orgullo”, que es un fiel  testimonio de nuestra ignorancia o limitada consciencia del fenómeno y, por ello mismo, un mero gesto reivindicativo  denunciador de un problema social y de un daño personal necesitados de remedios,  más que un verdadero y eficaz generador  de algún cambio positivo real. Cambio  solo posible desde un despertar de la conciencia, de una salida de aquella mítica “Caverna” del Filósofo Platón -que es una metáfora perfecta de nuestra vida cotidiana- en la que seguimos atrapados, víctimas de una suerte de hipnosis colectiva, o estado de ignorancia llamado Avidya, que es la causa de nuestras limitaciones y del sufrimiento humano,  solo superables tras el mencionado  despertar de la conciencia.

El ser andrógino, o el  “otro invisible”

Nos lo cuenta el mismo Platón en otra de sus obras titulada “El Banquete”, en relación a los “andróginos”: unos extraños personajes con cuatro brazos, cuatro piernas y doble sexo -que podía ser masculino y femenino, dos masculinos o dos femeninos.

Un día, cuenta el relato, tales personajes reclaman al poderoso Zeus el derecho a pertenecer al Olimpo  -que es el mundo de los dioses- y este castiga su soberbia actitud  partiéndolos en dos mitades, de arriba a abajo. Como consecuencia de dicha acción, de cada andrógino  resultan dos personajes  provistos cada uno de dos brazos y dos piernas y un solo sexo en lugar de dos: varón o mujer. Pero en todo caso, una mitad de lo que era inicialmente, como cito al comienzo de este mismo párrafo; un ser incompleto, por tanto, que caminará por la vida buscando la otra mitad que le falta hasta completarse, la cual dado su doble sexo inicial y tomando como ejemplo el varón, podría ser  otro varón y no necesariamente una mujer.  O ambos, según sea el prototipo original.

El célebre mito ha servido en nuestra cultura para elaborar otros mitos menores, pero sobretodo para justificar la existencia de un impulso psíquico nacido de la necesidad de complementación que anida en el alma de varones y de mujeres, el cual permite explicar la homosexualidad y la heterosexualidad como tendencias psíquicas igualmente posibles y normales en su origen, con independencia de los juicios morales establecidos por esta misma cultura y la categorización en estereotipos de “buenos y malos” resultante, con sus consiguientes secuelas de rechazo social y sufrimiento humano que no nacen de una supuesta perversidad ni de un error -ambos inexistentes-  sino de  nuestra profunda ignorancia. Tales casos a menudo requieren atención psicológica (terapia) Pero este aspecto no es objeto de la presente reflexión. Vuelvo, pues, al asunto central con el sentimiento de que nos sobran muchos dogmas y nos falta consciencia, cultura,  apertura de mente y de corazón.

La “androginia”, mucho tiempo antes de que Platón expusiera el término por vez primera, ya existía como concepto en la cosmovisión de antepasados nuestros vinculados al origen de las religiones teistas como el Hinduismo o el Judaísmo, ambas ricas en mitos (como el de Shiva y Shakti o el de Adam y Eva, respectivamente) y luminosas metáforas que muestran un origen espiritual andrógino del ser humano anterior a la separación de sexos, y que esa impresión de completitud inicial no se borra del alma tras la división, sino que perdura y busca restituirse hallando la otra mitad… Empeño evolutivo humano dotado con tal ímpetu, con tal necesidad, que hace de la vida una búsqueda del “sí mismo” por medio del “otro invisible”,  y que para llevarlo a cabo dispone y utiliza la más poderosa de las fuerzas unitivas, que se llama AMOR, sin la cual no sería posible la búsqueda, ni el encuentro, ni la unión, ni la vida. Tal es su poder y el propósito del Creador que en nuestra tradición adopta el nombre de Yahveh en una primera fase, a la que siguen otras dos denominadas: CRISTO y finalmente JESÚS para completar la Obra.  Función -la asignada a Yahveh- creadora de las formas o  la realidad terrenal y tangible, desde el vasto Universo al reducido cuerpo humano y personal,  del cual  hace su habitáculo o morada: una suerte de templo viviente que por inmediato y próximo a nosotros  se convierte   en un instrumento fiel y eficaz al servicio de la naturaleza y  propósito del Creador o Causa original de todo lo manifestado. Es decir, y en el caso que nos ocupa: que nuestro cuerpo responderá siempre ajustado a la androginia original y sus variantes posibles tras la separación de sexos , todas ellas naturales y sagradas cualquiera que sea su forma, porque son expresión de la naturaleza y voluntad  de Dios, con independencia de los estereotipos sociales creados por el hombre y los juicios de valor carentes de fundamento. No existen  cuerpos “equivocados”, sino falsos dogmas y errores de juicio que son fruto de nuestra ignorancia, o de la conveniencia político/social del momento. Pertinaz característica -esta denominada ignorancia, y aún mejor: “Avidya”, estado psíquico que añade a la ya citada causa, el olvido total, para hacer de la suma de ambas la más pesada de las cargas, limitaciones, y condicionamientos imaginables-  que hace de nosotros los eternos y confundidos habitantes de la Caverna de Platón, célebre filósofo de la antigua Grecia (siglo IV a.C.) nunca pasado de moda. Y  siempre  actual.

El cuerpo humano:  Genes, Cerebro…, y  hormonas

Tras más de dos milenios de espera, que también lo son de Evolución y progreso, nos adentramos en el misterioso mundo de la Biología moderna,  como quien sale al exterior de la mítica Caverna de la confusión y la ignorancia,  y  accede al mundo del conocimiento y  la realidad sin velos, donde cada uno de nosotros encarna de facto a una de aquellas míticas mitades dotadas ya  de una cabeza, dos brazos dos piernas y un solo sexo, un ser humano varón o mujer, fruto de la división del ser andrógino original antes descrito: aquel ADAM bíblico, primigenio,  de la misma naturaleza de Dios -masculino y femenino, completo y total. Perfecto- del cual procedemos y somos consecuencia: hechos consumados al fin, sin eufemismos, que empezamos a conocer  a partir del cuerpo y desde adentro. Desde las células hasta la elevada complejidad de los diferentes órganos y la armónica  funcionalidad del conjunto, la cual  da lugar a   un maravilloso equilibrio que nos llena de asombro y sobrecogimiento, inevitables y propios de quien se adentra en la naturaleza de Dios en  su primera fase de la Creación, la cual  da lugar a  las formas o la realidad tangible: como  el universo o el cuerpo humano.  Divinidad activa que en esta función creadora lleva  el nombre de Yahveh, al que seguirán  las otras dos fases anteriormente señaladas hasta llegar a la profetizada Era Dorada o Reino de Dios en la Tierra, que son expresiones de la más noble Utopía hecha realidad: un Mundo Nuevo y una Nueva Humanidad.

Así, de la mano de la Biología y en particular de la rama denominada Genética, y de la Neurociencia que estudia el cerebro, hemos penetrado en la Mente de Dios y desvelado  su propósito -que es Ley- descubriendo que para nacer como un individuo concreto se necesitan dos personas de sexo distinto: un varón y una mujer -padre y madre biológicos que  genéticamente también son distintos: el padre (varón) incorpora un par de cromosomas (portadores de los Genes) diferenciados entre sí,  que se identifican con las letras XY; en tanto que la madre (mujer) también lo hace con otro par, pero de  idénticos, señalados con las letras XX. A diferencia de aquel ADAM bíblico, que no es un ser humano sino una base genética o andrógino, que contiene  la suma de ambos; es decir XXXY. Y que además de los padres, según lo descrito, también se precisa la intervención del  sistema hormonal.

Resumido, este es el punto de partida del nacimiento de un nuevo ser humano -cualquiera de nosotros- provisto de un cuerpo y un solo sexo, para lo cual, cada progenitor aportará uno de sus dos cromosomas, y esto que indico a continuación es lo que puede suceder:

1.- La madre (mujer XX)  siempre aporta un cromosoma  X de los dos que posee. No tiene otra posibilidad.

2.- El padre (varón XY) en cambio, puede aportar el cromosoma  X, en cuyo caso el nacido será XX y por tanto tendrá cuerpo de mujer. O bien puede aportar el cromosoma Y, facilitando que el  nacido tenga cuerpo de  varón. Decisión que constituye el resultado final de un complejo proceso biológico denominado “reordenación cromosómica y capacitación”, en el que influye decididamente lo femenino, la madre.

En cualquiera de ambos supuestos y una vez realizada la fecundación,  comienza la  formación del cuerpo,  salvo el cerebro, que se inicia un poco después -en torno a  la tercera semana de  gestación- estimulado por una hormona llamada testosterona y de cuya actividad resultará un cerebro sexuado masculino o  femenino, pero no un cerebro común o unisex como siempre hemos supuesto, lo cual -dada la funcionalidad del cerebro y su decisiva influencia en el vivir cotidiano-  advierte que no existe una única manera de ser y de estar en el mundo; es decir, de concebir, interpretar y sentir la vida ni a uno mismo idéntica para todos, sino diferente según cual sea el  cerebro: una manera de ser y de vivir masculina y otra femenina, en definitiva.  Pudiendo suceder que un cerebro femenino sea implantado en un cuerpo de varón, o a la inversa. Con lo cual se origina  la situación anunciada en  el título de esta reflexión: que  alguien, con cuerpo de varón -por ejemplo- se sienta atrapado en un cuerpo equivocado porque posee un cerebro femenino que le hace sentirse mujer,  querer ser mujer y querer ser reconocida así. O a la inversa, que es igual de posible y condicionante para quien lo vive…, y  una asignatura pendiente para  esta hipnotizada sociedad.

Llegados a este punto, alguien puede preguntarse: qué o quién decide que sea lo uno o lo otro. ¿O es fruto del azar? Preguntas ante las cuales y en rigor, solo cabe la afirmación rotunda de que no hay azar, sino propósito y voluntad del Espíritu Creador, o Dios, que en su fase inicial  asume el nombre de Yahveh y la función de crear las formas o realidad material; es decir, el Creador del universo y del cuerpo humano en el que decide habitar, permanecer y desde el cual actúa. Voluntad  que recoge el profeta Jeremías como base de la Nueva Alianza con la humanidad, en palabras de Yahveh: “Pondré mi LEY en su interior y en sus corazones la escribiré”. Por tanto, las leyes biológicas operantes en nuestro cuerpo son  la LEY de Dios, sin fallo posible ni azar…, simple y natural actividad  Divina, que se escapa a la atención del ser humano convencional atrapado en Avidya -que es un estado de ignorancia y olvido de sí, de su naturaleza, origen y propósito vital o Dharma- pero tal vez no a la del salmista aludido al comienzo, quien  sin saber  Biología ni  Neurociencia, tuvo clara la intuición del orden espiritual que subyace en nosotros, nunca dejados de la mano de Dios, acertando en la conclusión del citado Salmo al añadir -a las  palabras citadas al comienzo del artículo: “Porque tú (Yahveh) formaste mis entrañas. Tú me tejiste en el seno de mi madre”- estas otras concluyentes del mismo Salmo que también hago mías: “Te alabaré (Yahveh) por el maravilloso modo en que me hiciste. ¡Admirables son tus obras!  Todas, añado yo.

No hay motivo para el reproche ni la censura ni la marginación de nadie en función de cual sea su personalidad u orientación sexual, porque El Espíritu Creador está presente en todas ellas. Dios es el arco iris completo y está impreso en cada una de  las letras del alfabeto. No separe el hombre lo que Dios ha unido.

Miro en mi corazón y siento que en el fondo de esta aventura íntima, el “otro” invisible al que buscamos y cuyo encuentro nos transforma, pudiera ser  el recurso  de Dios para implantar el Amor incondicional,  que implica la aceptación del “otro” tal cual es, como fuerza motriz de la Creación.

Todos tenemos un “otro invisible” que activa el amor entre ambos. Él o Ella lo es para cada uno de nosotros…, y todos los somos para Dios.

Félix Gracia

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