"La paz os dejo, mi paz os doy…” (Juan 14,27)
Suena a película. Lo sé. Por eso tomo prestado el título para hablar de la vida, que se asemeja a una película, aunque de género indefinible que abarca a todos y oscila entre los extremos de comedia y drama/tragedia. Y del ser humano, que es intérprete necesario de la misma, aún si su actitud se acomoda a menudo a la de mero espectador que contempla la vida en general como un espectáculo azaroso. O como algo que sucede a los demás y acaba salpicándole a él.
Días atrás publiqué una reflexión sobre la vida con el título LA ÚLTIMA TORMENTA, que suena a tragedia y a cine, y hasta sugiere la presencia de un ”pacificador” oportuno que establezca la calma. Pero, en mi sentir, no se trata de una película ni de un espectáculo, sino de la metáfora de algo invisible y a la vez, real; muy real. De la vida auténtica en toda su complejidad, que el simple espectador no alcanza a ver. Por lo tanto, de un mensaje que descifra el misterio de la vida y anima al receptor a realizarlo en sí mismo, a vivirlo; que es el propósito de toda metáfora.
Todo ello implica asumir la circunstancia presente, como el escenario donde se celebra la secuencia sugerida de antemano en el guión. Es decir, tomar como tuya la metáfora: la escena de la barca, los asustados pasajeros, la tormenta, el oleaje…y a Jesús que camina sereno sobre las aguas dando vida al Pacificador que establece la calma.
La metáfora completa como descriptiva de ti (de nosotros); como un “asunto personal” en absoluto ajeno, o de otros. Así que deja de “observar el espectáculo” y ponte (pongámonos) las pilas.
Sitúate. Ocupa tu sitio. ¿Ya sabes cuál es o a quién das vida tú…? No hay mucho donde elegir: o eres un miembro de la barca o el mismo Jesús. Así pues: bien sea por respeto, por timidez, por inercia o por sentido de la realidad, uno se define miembro de la barca. Lógica decisión que no obstante requiere una precisión, porque en ella hay un personaje que sobresale por su actuación respecto a los demás. Y dicho personaje protagonista es Pedro. El mismo que luego será reconocido “cabeza”; es decir, referente supremo del Catolicismo mundial en estos dos mil años… ¿Qué hizo Pedro aquel día?
Te resumo la situación que describe el evangelio de Mateo: Jesús aparece ante los asustados apóstoles caminando sobre las aguas y ellos creen que se trata de un fantasma. Pedro, incrédulo, se dirige a Jesús pidiéndole que demuestre que es él, diciéndole: “Si eres tú, mándame ir a ti sobre las aguas”. Dicho y hecho: Jesús le responde con un escueto VEN, y Pedro comenzó a caminar sobre las aguas hacia Jesús…, pero inmediatamente (cuenta Mateo) “temió y comenzando a hundirse, gritó: Señor, sálvame”. Al instante, Jesús le tendió la mano, le agarró y le dijo: “hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?” Se lamenta Jesús ante su discípulo; el mismo Jesús que en el inicio de la tempestad y cuando todos estaban aterrorizados les había advertido: “Tened CONFIANZA, soy yo. No temáis”. Confía…, sugiere Jesús. Confía.
¿Qué hizo Pedro aquel día? Nos preguntábamos. Pues ya lo ves: DESCONFIAR. Pero, ¿qué habrían hecho sus compañeros…? ¿Por qué Pedro? O, más bien: ¿quién es Pedro? Porque si nos hallamos ante una metáfora, es necesario entender que los personajes de la misma no son individuos o personas concretas, sino ARQUETIPOS expresados a través de ellas. Es decir, impulsos vivos que habitan en el alma humana y, por tanto, comunes a todos.
Por ello, la pregunta no ha de girar en torno a quién es Pedro, sino a qué arquetipo da vida o escenifica con su actuación; el cual resulta evidente: la DESCONFIANZA, que nace del MIEDO. Y, ambos, del SENTIMIENTO DE CULPABILIDAD, que es la “madre” de una larga cadena de complejos arquetípicos, de creencias registradas en el Alma de todos que condicionan de mil maneras la vida humana y traen consigo el sufrimiento.
El apóstol Pedro, protagonista de la secuencia evangélica, es pues: el “Pedro arquetípico” de la Humanidad, a quien el mencionado SENTIMIENTO DE CULPABILIDAD y sus múltiples derivados le impiden CONFIAR. La “versión” más inferior de nosotros mismos, en cuya actuación estamos reflejados todos; sea cual sea nuestro nombre, hay un “Pedro desconfiado” en nosotros; una versión -entre las múltiples que componen nuestra naturaleza- con dicha función asignada y con los recursos para llevarla a cabo.
Ese personaje desconfiado, es el primero en aparecer y reaccionar ante una situación de emergencia o peligro. Y lo hace con la fuerza del más primitivo instinto animal, o como lo harían éstos desde su limitado nivel de consciencia. Así es nuestro “pequeño Pedro terrenal”, concebido y programado para ese tipo de respuesta. Pero también llamado a crecer y a hacerse sabio, seguro y firme... Como un renacimiento en otra dimensión o nueva y suprema “versión” de nosotros. Con otra función y con otro nombre.
Sí, amigo/a… Detente un instante y déjate sentir. Sin palabras, sin juicios ni valoraciones, solo sentir… Pues muy probablemente hayas captado mi sugerencia y no te equivocas: esa otra versión a la que aludo se llama Jesús, el PACIFICADOR, que también vive en nosotros y representa la otra cara de la moneda presente en el vivir que ya hemos identificado como de “tempestad permanente”, donde ambos y no uno solo, siempre son convocados. Juntos y a la vez.
Así discurre la vida humana. Y con independencia de la consciencia que tengamos del hecho, los símbolos “Pedro y Jesús” representan los extremos de un eje que, al igual que las caras de una moneda, caminan de la mano o navegan por los mismos mares; manifestados ambos individual y colectivamente en una suerte de repetición continua, o de un permanente “ahora” de la secuencia evangélica que da pie a esta reflexión.
Este es mi sentir y mi convicción desde los cuales contemplo el Mundo, el grande y el cercano a mí, los cuales percibo como un mar embravecido repleto de náufragos que lo son, o que temen ser. De “Pedros” asustados y desvalidos, que buscan una mano a la que aferrarse… Y me digo que si ellos están, también estará el otro que tiende el brazo y trae la PAZ, pues habitan juntos. Y me dejo llevar. Miro a mi alrededor queriendo localizarlo, mas no le veo… Y sigo mirando convencido de que ha de estar, porque esa es la Ley. Y me detengo, y me dejo sentir… Y algo en mis adentros me dice: “ponte tú”.
“Ponte tú”…, surgido como certeza interna y un sentimiento de adecuación, sin grandilocuencia alguna; como algo natural que “cae por su propio peso” como el mojar de la lluvia, nacido de aquel gesto de Jesús para con nosotros: aquel “La paz os dejo, mi paz os doy”, que hace de nosotros herederos y portadores del DON de la Paz, allí donde se dé la tormenta.
Y decido “ponerme”. Sumarme a esa corriente compasiva de la Vida que trae a ti lo mismo que tú das. Y siento que la tempestad se calma cuando nos sentimos y reconocemos en el otro. Y que ese es el milagro.
La vida, nuestra vida, está inspirada en una metáfora que nos sirve de guión: como la citada, que podría ser tuya y nuestra. Y, realizarla o hacerla real, es cuanto hay que hacer. SER lo que eres, en definitiva. Sin más.
Ponte tú.
Félix Gracia (Junio 2022)