(o la rentabilidad del altruismo)
“Haz el bien y no mires a quien” (Refrán)
Varias décadas atrás fui invitado a pronunciar una conferencia en el “Círculo de Empresarios” de una ciudad española, y aquello me sonó a paradoja del destino, pues venía yo de abdicar del mundo empresarial y económico para el que me había formado. Nunca más, me dije a mí mismo el día que decidí cortar para siempre en medio de una profunda y persistente crisis personal que giraba en torno a la pregunta: “¿qué hago yo aquí?”. Yo no sabía qué tenía que hacer con mi vida, pero sí tenía claro que aquello que hacía (mi profesión en el mundo de la economía), no era lo mío y decidí poner fin. Así que corté y me puse en manos del Cielo…, confiado.
Con estos antecedentes frescos en mi memoria, pero con otro camino ya abierto ante mí recibí la invitación. En un primer momento, pensé en desestimarla, pues me remitía a un mundo al que yo había renunciado por incompatible con mi sentir. Pero enseguida percibí en ella una oportunidad, quizá, de hacer algo que faltó en mi despedida, resuelta de manera radical, como un portazo. Sentí, pues, la adecuación y la necesidad de reparar un viejo sentimiento. Y acepté.
Nunca me arrepentiré de haberlo hecho. El escenario era semejante al de antaño, el mundo de la economía. Pero yo era otro, era aquél que no pudo ser entonces y sí podía serlo ahora que la Economía tenía resonancias humanistas, psicológicas y hasta religiosas…
Y les hablé del Teorema del “niño malo”, que me salió de las entrañas. Y que hoy recupero no solo como un recordatorio, sino como homenaje de reconocimiento y de gratitud a su creador, el economista americano y Premio Nobel en Economía Gary Becker, de quien aprendí a distancia lo que significa y es la Economía en verdad. La Economía, que comparte raíz con Ecología, y ambas, con el concepto “Oikos” de la antigua Grecia, que es una filosofía de vida basada en que todo lo viviente constituye un “Sistema” o conjunto de elementos íntimamente relacionados regido por una ética basada en el “bien común”, que implica cuidar de los otros tanto como de uno mismo.
El arriba mencionado refrán de “hacer el bien sin mirar a quien”, que recuerda a la conocida Regla de Oro: “Trata a los demás como quisieras ser tratado”. Economía buena, u “oikonomía”. Esa que me atraía a mí de joven, en una época y sociedad no resonantes.
Así que me desquité a gusto gracias a la conferencia. Y al tema.
No voy a explicar el detallado “análisis del núcleo familiar” que dio lugar al concepto “niño malo” (o “corrompido”, según G. Becker) publicado y justificado matemáticamente a comienzos de los años ochenta; limitándome a destacar la lección que subyace tras dicho análisis, que es esta: “Si haces o propicias un bien a otro, redunda en beneficio o bien para ti, incluso si lo haces con interés egoísta”. Declaración estrictamente “oikonómica”, que me dio pie a animar a aquel grupo de empresarios y directivos a invertir pensando en el bien de los demás incluso si no ves el beneficio propio directamente resultante; y hacerlo con la confianza de que “recibes en función de lo que das”.
Filosofía de vida y ética empresarial que convierte el altruismo en rentabilidad, además del beneficio social. El mencionado refrán, en definitiva: “Haz el bien y no mires a quien”, que todos deberíamos llevar atado a las manos o escrito en la frente, al estilo de aquel “Shemá (escucha) Israel: el Señor tu Dios es Uno”, con el que empieza la oración más grande el hebraísmo surgido de la Nueva Alianza. El Dios Uno o Único, implícito como una Presencia en todos los seres humanos por igual, que nos convierte en familia: en un entorno compasivo formado por miembros sensibles y cuidadosos con los demás. El Reino de los Cielos en la Tierra.
El mencionado Teorema dice que se recibe de lo mismo que se da o se hace; es decir, si haces el bien, recibes bien. Y si mal, mal. O sea que si siembras trigo, cosecharás trigo; y si patatas, patatas. No hay otra. Y esta correlación tan de sobra conocida por los humanos, y sus correspondientes consecuencias, que incluyen (¿cómo no?) las aflictivas o dolorosas que son muchas (tragedias personales o colectivas incluidas con las que convivimos a diario). Toda esta cosecha insana, digo, procedente de una siembra (sea de pensamiento, palabra u obra, dirigidas a “otros”) igualmente insana, campa a sus anchas en esta sociedad humana torpe, ciega y falaz a la que le atrae más la confrontación y el hacer daño al otro que establecer acuerdos y desearle salud o prosperidad. Dramático y preocupante impulso anímico que nos ata al dolor y a la desgracia, nos rebaja varios peldaños en la escala evolutiva y nos convierte de facto en los abatidos del evangelio, aquel colectivo extremadamente necesitado de auxilio a quienes Jesús dirigió estas palabras: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré” (Mateo 11,28) O estas otras, aún más contundentes: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera vivirá” (Juan 11, 25) Y tantas otras similares que hacen de Él, el “hacedor del bien” y la más potente semilla de amor.
Escribo este artículo y rememoro estas palabras de Jesús coincidiendo, sin habérmelo propuesto de antemano, con el inicio de la Semana Santa. Como una gozosa sincronicidad que merece ser celebrada y compartida.
Así lo siento, para mí y para todos. Por tanto: hoy, antesala del Domingo de Ramos y víspera del Domingo de Resurrección, propongo hacer de nosotros una obra buena: una “Jerusalen humana”, con cuerpo y alma, nueva, de puertas abiertas y calles sembradas de flores para acoger a Jesús, el Enviado como Luz al mundo, el que alivia a los abatidos, devuelve la vista a los ciegos y resucita a los muertos; que todos son categorías humanas o formas de abatimiento necesitadas de Él.
Sí, hoy más que nunca quiero ser su casa. Y decirle: ven y quédate con nosotros; que esta casa está llena de amigos tuyos, celebrándote en su corazón como el mayor de los bienes sembrado en el mundo, y con la certeza de que dará fruto. Y alguien lo recogerá.
Félix Gracia (Semana Santa. Abril 2023)
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