21 de Diciembre. Un año más, el Solsticio de invierno penetrará en la vida como un silencioso mensajero. Para muchos, apenas anuncia una posición relativa entre la Tierra y el Sol que afecta a la duración del día y la noche; para otros, se trata de una entrañable efeméride que recuerda el nacimiento de Jesús, cuya rememoración resucita la alegría y la ternura en las almas y anima a la celebración, como si aquel niño viviera esos días entre ellos; y para nosotros es ambas cosas a la vez contenidas en la palabra Navidad y elevadas a la categoría de símbolo recordatorio del propósito vivo que nos ha traído al mundo, el cual subyace latente en el silencio del alma hasta hacerse real como si de un nacimiento se tratara, del mismo modo en que el árbol que un día será, dormita en el seno de la semilla hasta que sale a la luz.
Nuestros antepasados llamaron a dicho propósito viviente: “Niño Divino” o “Niño Dios”, en alusión a ese principio divino que, porque ya existe en el alma humana, un día nacerá y saldrá a la luz; y vieron en Jesús a ese “Niño” ya manifestado, con su naturaleza divina y su dignidad, como un adelanto de nuestro porvenir. Con este reconocimiento, Jesús era incorporado a la tradición de los Dioses Solares anteriores a él, como Horus, Mithra o Krishna, propiciadores de tan magna experiencia en los hombres, convirtiendo así al personaje histórico “Jesús” en símbolo universal de lo que todos los hombres están llamados a ser: el Hombre consciente de ser de la misma naturaleza de Dios, el Hombre Celestial.
A partir de ese momento la Navidad pasa de ser acontecimiento a ser símbolo de nuestra personal natividad, del nacimiento del “Niño” esperado desde que fuera plantado como una semilla en el origen de la Vida.
Y hoy, nosotros, que nos reconocemos herederos de nuestros antepasados, de su intuición y de su esperanza, no podemos evitar el sentimiento, tenue quizá, inexplicable como todo lo nacido del corazón, de que tal vez “el tiempo está vencido” y ha llegado el momento en que aquellas antiguas metáforas cobren vida en nuestra experiencia; que tal vez la Creación no sea un hecho pasado como creíamos, sino presente, como un advenimiento; y que este presente corresponda al sexto día, cuando el “Hombre hecho a semejanza de Dios” es creado. Y porque sentimos estar viviendo el sexto día de la Creación, identificamos esa creación del Hombre-Dios con el nacimiento del “Niño Divino” anunciado, como siendo la misma cosa; y a ésta, como una experiencia humana real fruto de una metanoia, de una gran transformación de la que surge el Hombre Celestial consciente de su divinidad, nacido en el seno del ser humano mortal que le ha servido de asiento.
Vuelve la Navidad y con ella el recordatorio de lo que espera a nacer en nosotros, haciendo de ella nuestra navidad. Y una vez más la compartiremos con todos, familiares, amigos, desconocidos… como siempre se ha hecho, pues así honramos a los valores que deben permanecer. Pero quizá en medio de la celebración y de la alegría, en medio de la soledad o la tristeza, en medio de la oscuridad o del dolor… algo se mueva en el alma como un susurro. Si así fuera, si así sucede…, sepamos que es Él: ese Niño Divino…, con tu nombre y en tu domicilio.
Félix Gracia. (Muy feliz y provechosa Navidad 2023, a todos)