... y el Poder de una Palabra

Cuanto pidiereis al Padre, os lo dará  en mi nombre (…) Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida (…)Yo soy la Puerta, y el que pasare a través de mí vivirá eternamente”. (Juan 14-16)

Dicen que la palabra es creadora, y dicen verdad. Lees el Génesis, y hallas: “Dijo Dios, hágase la Luz; y la Luz se hizo…” Y uno, ingenuamente,  se pregunta: qué es la palabra para ostentar tanto poder… Y, a la pregunta, sobreviene el silencio por respuesta, como  sugerencia de algo sutil y, tal vez, inefable.

Llamativa paradoja   que elimina el uso de la palabra en el proceso para conocer la naturaleza y poder de ella misma, y en su lugar  propone el silencio: respuesta y a la vez premisa de orientación en la vida. Silencio y recogimiento juntos, y  señal  que nos permite a los de hoy, conectar con los de ayer. Con aquellos que sirvieron con sus vidas a la cimentación del mejor de los cristianismos, cuando todo estaba aún por hacer: Los Padres y las Madres del Desierto, a los que seguirían poco después los Hesicastas…,  afines todos ellos  a Juan,  el hijo de Zebedeo y de Salomé: el discípulo amado que en el Gólgota  sostuvo en sus brazos a Jesús, compartió el latir de un único corazón con Él y recogió su último aliento. Juan, el Evangelista,  sustituido más tarde por el oficialismo religioso  de la época, que confirmó a Pedro como piedra angular del edificio y custodio de las llaves del Cielo. Aquél, también discípulo de Jesús, que le negó tres veces en una noche…

Dos puntos de partida y dos trayectorias de vida que conviven en nosotros en muy distinta proporción, y una sola de ellas a la que quiero dedicar esta reflexión: la (solo en apariencia) más insignificante o menor, como aquel “grano de mostaza” de la conocida parábola.

En definitiva, quiero dar cumplimiento al título de este escrito y tener un gesto de reconocimiento y gratitud con aquellos grupos humanos  antes señalados, que le dieron vida: pioneros auténticos, cuya experiencia y logros se convirtieron de facto en patrimonio de todos los miembros de su misma especie; es decir, de la humanidad que hoy continúa en nosotros y nuestros hijos.

Y  desde ese reconocimiento como heredero y por tanto miembro de aquella hermandad, y no como  cronista, tiro de  sentimientos y de la memoria del Akasha y me dejo fluir…

Concluida  la décima y última “persecución a los cristianos” ordenada por Diocleciano en el año 303,  y la más sangrienta según la historia, se inició un periodo de paz y  de tolerancia acentuada con el emperador Constantino, quien decretó la oficialidad y  libertad de culto del Cristianismo, confirmada por el Edicto de Milán en el año 313.

Con dicha declaración se ponía punto final al martirio y la muerte sacrificial de antaño,  afrontados durante largo tiempo como formas extremas de dar vida en uno mismo a  un sentimiento y una fe: como un medio o camino de conexión con lo sagrado,  y se abría la puerta a otras vías no aflictivas ni drásticas, pero capaces igualmente de provocar en el experimentador la conexión con los valores supremos de su fe. Y lograrlo con la vida…

Así surgió una vía de experiencia basada en el retiro personal al desierto, al silencio y la soledad que facilitan la vida interior, donde intuitivamente se concibe el anhelado encuentro. Aparecen los ascetas, hombres y mujeres que se retiran del mundo y la vida convencional y se establecen en desiertos y lugares aislados, en Egipto, en Siria y en tantos otros lugares, algunos en solitario y otros  agrupados en pequeñas comunidades, pero todos imbuidos del mismo afán de unirse a Dios.

Con el tiempo, les hemos ido identificando y poniendo nombre. Al colectivo inicial masculino  le denominamos “Padres del Desierto”, y entre ellos, una valiosa relación de nombres personales entre los cuales destacan: Juan el ermitaño,  Antonio Abad y Pacomio,  a quienes los hechos ubican en el desierto de Tebas (centro neurálgico del anacoretismo en Egipto) a mediados del siglo III, y durante décadas. Del segundo, Antonio, se cuenta que a la edad de veinte años quedó huérfano, vendió todos sus bienes, repartió el dinero entre los pobres y se retiró al desierto, donde murió a la edad de 105 años. A ellos le siguen otros muchos como Simeón el Estilita, Atanasio de Alejandría, Juan Crisóstomo, Basilio de Cesárea, y muchos más incorporados al Santoral Cristiano.

De manera casi simultánea, y sobre los mismos lugares geográficos, se configuró otro movimiento femenino  con idéntico objetivo y medios que el anterior, al que también hemos puesto nombre: “Madres del Desierto” o “AMMAS” (que significa “madre” en hebreo) de cuyo colectivo destacan figuras como la llamada:  Amma María, hermana de Pacomio (un referente esencial en el colectivo masculino antes citado), quien en el año 320 organizó el primer cenobio de la historia, en el desierto de Tebas del que nace el concepto Tebaida asociado a la vida eremítica que también tuvo implantación en la Península Ibérica con el nombre de Tebaida Berciana y el anacoreta San Genadio,  en tierras del Bierzo leones, entre otros.

El cenobio femenino de Tebas llegó a albergar más de cuatrocientas mujeres, siendo la lista de aquellas elevadas a la categoría de santas casi interminable. Entre otras: Sara, Macrina, Sinclética de Alejandría, Teodora y Thalis… Que vivieron del  siglo IV en adelante y tuvieron una gran influencia a lo largo de la Edad Media.

Las “AMMAS” (o Madres) del Desierto y su equivalente masculino o “Padres del Desierto” como se les conoce a unas y otros, protagonistas del tipo de vida ascética descrita, buscaban un “algo intangible” que en griego se denomina “hésykia”, que significa “paz interior”, como medio para alcanzar la “unión mística” con Dios o el “hesicasmo”, estado de plenitud inefable como la atribuida a Jesús, quien afirmó numerosas veces que “el Padre (Dios) y él (Jesús) eran UNO, o una sola y Única realidad. A partir de lo cual se justifica esta otra afirmación suya: “Quien a mí me acoge, acoge al Padre” (que sugiere el añadido:…pues somos UNO o “el mismo”)

A partir de esta revelación, Jesús aparece como el “medio”  humano más cercano y fácil de llegar a Dios en el sentir de aquellos buscadores de la “hésykia”, llamados hesicastas. Faros de una tradición sustentada en la praxis y en un compendio de escritos cargados de sabiduría denominado Apotegmas, todavía vigente en nuestros días. Luminarias humanas  a quienes tanto hemos de agradecer… (Sugiero al lector interesado, seguir la pista de la llamada Filocalia y los testimonios de vida práctica y de lugares emblemáticos vigentes en el mundo cristiano actual, entre los que destaca la zona montañosa denominada Monte de Athos, al norte de Grecia, donde existen veinte Monasterios que acogen a unos 2.500 monjes)

Sí amigo, estoy refiriéndome a la Oración del Corazón anunciada: acercándome a ella. Para lo cual he considerado necesario hacer el anterior  recorrido literario, al que queda por añadir un escenario, que es el contexto religioso y  social  de dos mil años atrás en el cual nació, e hizo posible la realización de cuanto he narrado, más la reflexión posterior y la toma de conciencia por nosotros, hoy… Y tras todo ello, el poder elaborar una conclusión coherente con esta época y momento.

Eran los inicios del Cristianismo popular tras la muerte de Jesús, y celebrado ya el llamado Concilio de Jerusalen, al que asistieron los  cuatro Apóstoles Pablo, Pedro, Santiago y Juan. En él se tomaron algunas decisiones de índole organizativa que dieron lugar a la puesta en marcha de un Cristianismo con dos caminos, dos sensibilidades y dos tipos de fe, claramente diferenciados aun si mantenían puntos en común. Dos caminos paralelos. Uno, el más numeroso y dominante, que acabaría siendo el “Oficial”, establecido bajo la autoridad e inspiración del Apóstol Pedro y la denominada Didaché Apostólica, base teológica  que a finales del siglo IV concluiría con la definitiva presentación del Canon Evangélico formado por los cuatro conocidos, adaptados a las circunstancias, necesidades y conveniencias de la época.

Y, el otro camino, absolutamente minoritario, es el que mantenía vivo el recuerdo de aquel joven carpintero de Nazareth llamado Jesús, incomprendido en vida y añorado tras su muerte. Aquel que aseguró haber venido enviado por el Padre como “Luz para el mundo” y que tras su muerte, decidió quedarse en él en forma de  “latido de un  corazón” invisible que marca el ritmo de la vida. Y, puesto que el Padre y Él eran UNO, como Él mismo había afirmado,  en su decisión de permanecer en el mundo, estaban contenidas la voluntad y la decisión de Ambos y no solo la suya: la Voluntad del Dios UNO. Y que dicha Gracia quedó depositada en el mundo a través de Juan, que hizo de puente entre el Cielo y la Tierra…, aquel joven galileo que permaneció en el Gólgota y en cuyos brazos agonizó Jesús…, mientras un misterioso  corazón  permaneció latiendo tras la muerte de Jesús, envolviendo  todo el escenario aquel.

Solo unos pocos se percataron en el momento…, pero muchos supieron luego de él y lo buscaron.

No está claro el origen puntual del Hesicasmo, pero sin duda todo cuanto he narrado hasta ahora participó en su génesis. A esta influencia, no obstante, habría que añadir otra, no menor,  procedente de Oriente, de India, con su abundante tradición de místicos meditadores y el yoga, añadidos a su concepción del origen y gobierno del universo, emanado de una Fuente Eterna llamada Brahman; y el reconocido anhelo humano de unirse a ella, tan parecida a la hebrea de la Nueva Alianza, de la que Jesús es el más fiel testimonio.

De la fusión de todo ello, y quizá también de otros muchos factores probables, manejados por una “inteligencia suprema”, nació y creció esta iniciativa humana que hoy vive y nos conmueve a nosotros. Y, en dicha experiencia humana, creo y siento que la aludida “inteligencia suprema” que sugiero como facilitadora de ella,  no es otra, sino  la misma conscientemente buscada (e inconscientemente atraída) por los meditadores hesicastas: su objetivo… Que por algo la Vida es una historia de Amor no consumada en la que el Amante (Dios) se hizo eterno en espera de la Amada (Alma humana) y no duerme, atento siempre y receptivo.

Ya sabes: ÉL (el Amante) interviene con absoluta certeza a favor del encuentro, que espera desde la eternidad. Pero el paso primero, lo das tú. Es decir, tú llamas o pides; y ÉL, que ya estaba en ti sin tú notarlo, se hace presente y sentido por ti, sin separación ni diferencia, como siendo UNO, lo mismo y ÚNICO.

Aquellas palabras de Jesús: “El Padre y yo somos Uno”, nos suenan ahora como una  clara alusión a la experiencia citada y le señalan a él como hesicasta, antes incluso de que existiera el nombre y la corriente humana. Un adelantado, un descubridor…, y ¿un creador, quizá? Y me digo, si acaso el nombre nació con  él, que  fue el Primero… y que en verdad: ¡ÉL es el nombre…!  La PALABRA investida de poder creador, aludida en el título: JESÚS.

Este es mi sentir y mi convencimiento, mi fe. Reforzados por sus propias afirmaciones, como estas que destaco al inicio del artículo, tan explícitas acerca de su naturaleza y función y confirmadas con su vida. Dice así él, Jesús:  “Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí (…) El que cree en mí, ese hará  también las obras que yo hago. Y cuanto pidiereis al Padre, os lo dará  en mi nombre (…) “El que a mí me acoge, acoge al Padre”… y más.

Jesús es “la palabra mágica” que dio pie a la probablemente más simple de las oraciones, característica de los hesicastas. Y es llamada Oración del Corazón, que consiste en invocar el nombre de Jesús repetidas veces manteniendo la atención puesta en el corazón, porque ese es el lugar del encuentro. La más simple, sí; que la Verdad no necesita aderezos: JESÚS, VEN; (o VEN, JESÚS). O esta otra con la sola palabra: JESÚS. Existen otras, pero son estas las esenciales que yo suscribo.

Cualquiera de ellas, suavemente pronunciadas, conforme a este sencillo ritual:

1) Si lo haces sentado: Elige un lugar tranquilo y en silencio total. Inclina la cabeza sobre el tórax, sin forzar (déjala caer). Pronuncia, con voz o en silencio, las palabras de la opción elegida acompasándolas  a tu respiración. Ejemplo: al inspirar, dices o piensas: JESÚS; y al expirar: VEN. Sin forzar, siempre al ritmo normal de tu respiración. O repitiendo las sílabas “Je… sús”, si has elegido la opción del solo JESÚS, al tiempo que respiras. O la palabra completa, al tomar y soltar el aire. Elige a tu comodidad.

2) Si lo haces caminando o moviéndote: lo mismo, pero acompasado a tu ritmo. Cada pie que avanzas lo haces acompañando una palabra o  una sílaba, según el caso.

3) IMPORTANTÍSIMO: en cualquiera de las opciones elegida, hazlo  con la atención SIEMPRE puesta en el corazón. Es recomendable, incluso, apoyar la mano sobre tu pecho mientras lo haces. Y sabe también que puedes cambiar de opción cuando te plazca e incluso combinarlas. Hazlo a diario, varias veces al día, sin forzar nada y sin olvidarte. Y déjate fluir.

Ya tienes el nombre y  la clave. Mas, recuerda que la palabra, aún siendo altamente valiosa, solo es un vehículo del espíritu: no es ella quien tiene el Poder ni obra la “magia”, sino el espíritu que la anima. Y ese “espíritu”, es “el Amante”, que ya habita en tu corazón desde el origen de tu cuerpo y de ti. El mismo que utiliza la palabra para atraerte e introducirte en él, consumando el más sagrado de los matrimonios en el lugar donde ha sucedido el romance.

Recuerda…

La Vida es una hermosa historia de Amor celebrándose al ritmo personal de cada uno… Como si algo numinoso, un  “amante invisible” o hesicasta divino, estuviese recitando nuestro nombre …

Félix Gracia (Mayo 2023)

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