“Haz a los demás como quisieras que hicieran contigo” (Regla de oro)

O sea, que los demás (los otros, que no son tú) intervienen en el proceso configurador de tu realidad, de tu experiencia vital, de un modo hasta tal punto determinante como que recibes lo mismo que das: que aquello que hagas a los demás, recae sobre ti, en definitiva. Y resuelto además  en ese orden donde tú llevas la iniciativa, como quien siembra hoy en su huerto la cosecha que recogerá un mañana: si patatas, patatas; si trigo, trigo…; si amor, amor.

Y, en dicho  protocolo de la vida, advierte la mencionada Regla de Oro que los demás (ojo: “todo lo demás”; es decir, todas las formas de vida, que incluye al propio Planeta y cuanto contiene, y no solo a los seres humanos) todo ello, juega el papel de ser tu (o nuestro) huerto: la tierra fértil que acoge la semilla en su seno y  la devuelve multiplicada por cien en forma de cosecha.

Así sucede hoy y así ha sucedido siempre, porque eso es LEY. Principio Creador permanente y eterno que inspiró a nuestros antepasados  la frase que encabeza este artículo y que ellos convirtieron en regla o norma de aplicación en la vida cotidiana; es decir, en una norma cívica asimilable a un código de conducta que persigue el orden y la excelencia en la relación entre los humanos y la convivencia; una propuesta ética impecable, por tanto, ya presente en la cultura egipcia unos dos mil años antes de Cristo. Y cuyo origen más próximo a nosotros se sitúa en el periodo de tiempo comprendido entre los siglos VIII y III antes de Cristo conocido como Era Axial, tiempo  en que en diferentes lugares del Planeta y de manera simultánea se produjo un cambio de mentalidad radical en la sociedad y el nacimiento de personalidades únicas como Lao-Tse, el Buda, Confucio, los filósofos griegos o los Profetas judíos;  y obras o movimientos filosófico/morales como el Sintoismo en Japón el Confucionismo en China o el Budismo y  las Upanishads en  India, todo ello como accionado a la vez por un mismo resorte en lugares distintos del Planeta; por un sentimiento profundamente compasivo, contenido en el término Ahimsa,  que dio paso a una nueva concepción de la vida, donde  las religiones pasaron de ser un conjunto de  doctrinas,  a ser una manera de vivir  basada en una ética de comportamiento que quedó plasmada en la conocida Regla de Oro que hoy nos ocupa.

Un avance y un salto evolutivo enormes aunque con algún efecto colateral  como la devaluación de su naturaleza, en tanto que LEY o Principio básico de la Creación, rebajado a la categoría de regla. Reducción explícita de algo que, por su naturaleza esencial, por su rango, merecería  estar en las Tablas de la Ley del Sinaí; es decir, de   Principios o Leyes, de inexorable cumplimiento, a simples normas o   recomendaciones conductuales.

Importante matiz que pone las cosas en su sitio: la Regla de oro no es una mera propuesta ética saludable y conveniente, sino una LEY UNIVERSAL. Un Principio Creador que establece que para recibir, tienes que dar a otro eso mismo que quieres para ti. En consecuencia, ¿Qué sería de ti sin ese otro? ¿Qué sería de él sin ti? ¿Quién es uno mismo y quién ese otro, en el espíritu de la LEY?

Detente un momento. Detengámonos todos en esta reflexión crucial que anuncia la relación y la convivencia basadas en la colaboración y no en la disputa: en el CON lo otro, sin el CONTRA; en un sistema donde los elementos son cómplices entre si, recíprocos, y no adversarios.

Resulta obvio que solos o por separado no se bastan y que ambos se necesitan y son complementarios, intérpretes o actores  de un mismo proceso, elementos de un sistema según se concibe en la cultura actual; es decir,  como un  conjunto de elementos ordenados entre si para el desarrollo de una función o cumplimiento de un fin, que en este caso, el aludido sistema   tiene naturaleza de LEY. Al igual que los órganos de nuestro cuerpo debidamente ordenados constituyen un sistema llamado cuerpo, o los componentes de un automóvil, otro sistema llamado así y tantos y tantos ejemplos más, todos ellos presentes y activos en la vida cotidiana,  pues todos son sistemas, menores en si mismos, que actúan o intervienen como elementos   dentro de otro más complejo y mayor que es la VIDA. Y en todos los casos, desde el sistema más simple al más complejo, es condición indispensable que cada uno de los elementos que lo compone cumpla su rol o función, para que el sistema funcione y cumpla su objetivo.

En este momento, tú ya sabes que tu cuerpo es un sistema. Pues bien: añade lo siguiente: si un órgano de tu cuerpo enferma, por ejemplo, no solo él, sino tu cuerpo y tú que lo habitas, estáis enfermos. El sistema completo lo está. Esto es fácil de entender. Y puedes aplicarlo a cualquier sistema que manejes, como tu teléfono móvil, el ordenador o tu coche. Si una pieza se estropea y deja de funcionar, el aparato, el sistema completo y no solo la pieza resulta averiado, enfermo. Así es la Vida de cada uno y la de todos. Porque así es la LEY.

Extiende ahora la mirada hasta abarcar “lo otro” que juzgamos ajeno al Yo y que sin embargo forma parte del mismo sistema que te incluye a ti (La VIDA); donde existe eso “otro” sumido en la calamidad y el horror, en el desprecio, la violencia y la muerte, sin alimento, sin salud sin medios y sin esperanza. Son los desheredados, los abatidos. Ponte ahí. Pongámonos todos los medianamente despiertos ahí, si es que somos capaces aguantar la mirada que mira desde el corazón, donde la  tantas veces aludida LEY tiene su asiento (Dice el Señor: “Pondré mi Ley en su interior y en sus corazones la escribiré…” (Jeremías, 31)

¿Recuerdas la Nueva Alianza y la Presencia o Shekinah, inherentes al ser humano, que son nombres de la LEY o de Dios presente y vivo en el hombre? Esa es la LEY ante la cual somos infractores continuos y confesos,  ocultos bajo un manto de hipocresía que evita mirar a los “otros”, nuestros sufrientes cómplices, atrapados día tras día en su rol o función de abatidos, que debería suscitar en nosotros la esperada respuesta según la LEY y conforme a la Regla ética creada a su amparo; pero  que no se produce. Al propio tiempo  que imploramos ante Dios la concesión de eso mismo que a ellos negamos, el cuidado, la paz, la salud, el pan o la alegría… Hipocresía ejercitada con absoluta y obscena naturalidad, sin que se nos caiga la cara al suelo de vergüenza y apenas justificable desde nuestro estado de profunda ignorancia, o Avidya.

Y uno recuerda aquellas Tablas de la Ley aprendidas de niño y recitadas como una cantinela jovial…, y la conclusión final que sonaba a broche de oro musical: “estos diez mandamientos se encierran en dos: Amarás a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a ti mismo”.  O, quizá, como siendo tú mismo: que lo eres.

Según parece, pues, en el altamente complejo sistema que es La  Creación, los límites entre lo propio y lo ajeno, entre el Yo y el Tú, no están tan rigurosamente diferenciados ni separados entre si como suponíamos y como parece,  y sí preserva en cambio un espacio común para el nosotros y lo nuestro, unidos, justificativo de que lo que das al otro, en verdad, a ti mismo te lo das, porque en el espíritu de la LEY, solo existe UNO bajo mil disfraces o formas diferentes: Adam, el Hombre (mujer y varón) hecho a semejanza de Dios. Tremenda conclusión en forma de paradoja. Y revelación a la vez, que remueve los cimientos de nuestra fe, no solo religiosa, sino cultural,  social y personal. Salto de la conciencia que podría inspirar una gran revolución humanista y un nuevo orden mundial solidario y compasivo, inspirado en el Ahimsa. Un Mundo Nuevo, anunciado y presentido. Ese que soñamos hartos ya de ceguera y barbarie. Y avergonzados.

Digo bien: revelación. Estallido de luz o consciencia de lo que antes era un misterio apenas sugerido por algunas metáforas ideadas por el hombre, no siempre acertadas  y sus posteriores  aplicaciones en la vida cotidiana configurando reglas éticas y morales y, a menudo, dogmas, referido todo ello a ese misterio que, no obstante, se mantiene velado en espera de la natural, suficiente  y definitiva revelación, que es una experiencia inefable: algo así como penetrar en la Mente de Dios y descubrir su contenido,  intención, funcionamiento y propósito. La LEY o Principio Creador que da origen, sostiene  y regula  la Creación o  Mundo Material: Una realidad metafísica y abstracta que Jesús (Yeshuah ben Yehoseph) humanizó, acercándola y haciéndola parecida a nosotros al llamarlo: “padre bueno”, que conoce tu necesidad y la atiende.

Hoy, ante nosotros, peregrinos por el desierto en busca de la Tierra Prometida, se alza un nuevo Sinaí y unas nuevas Tablas de la Ley con   un solo y único Mandamiento:

Amarás al prójimo como a ti mismo. O sea, como siendo tú; que eso es amar a Dios sobre todas las cosas y sentirte amado Tú”.

Félix Gracia (Enero 2023)de

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