Transcripción literal del video:

“Vi un cielo nuevo y una tierra nueva…” (Ap 21, 1)

 

Vivimos “tiempos revueltos”. Esto ya no se le escapa a nadie y, por si no había bastante, la última movida apunta al Rey y la Corona con todo lo que simbolizan. Y a mí me toca el alma, por lo que significan los símbolos y su enorme poder e influencia en las motivaciones y comportamiento humanos. Recibo pues dicha noticia con sobrecogimiento; como un aviso de cambios que van más allá de las ideologías, pues afectan al inconsciente humano que es impredecible e ingobernable. Y la acojo como entradilla de   esta reflexión mía que también va de “realeza y coronas” (aunque de otra índole) pues gira en torno a un futuro humano posible, configurado como una dinastía real colectiva y dignificada. Una nueva Humanidad.

 

Sí, he dicho bien: como una “dinastía real colectiva y dignificada; es decir, afirmada en su dignidad. Una Humanidad de “sangre azul” (siguiendo con la metáfora) que alude a una estirpe de origen y naturaleza espiritual heredera del más alto rango y dignidad, que es la divina; y por extensión, también alude a una vida y un mundo nuevos largamente profetizados, que aguardan en la psique de la Humanidad como un ideal, como un sueño por cumplirse, como una cosecha que recoger un día… Y, tal vez, ¿por qué no?, como el “Dharma”, o deber moral de la sociedad actual: dela función o servicio a cumplir por las generaciones presentes en este momento de la Evolución, cuyo cumplimiento supondría un punto de inflexión y un hito. Un verdadero renacer humano que marca un antes y un después en la Historia. De eso estoy hablando y quiero hablar, de lo que considero el mayor reto para la Humanidad de los últimos dos mil años… Sí, has oído bien: el mayor reto humano en los últimos dos mil años.

 

Vivimos tiempos revueltos, en efecto. Pero también es cierto que un rayo de Luz está penetrando ya en la conciencia colectiva, anunciando el fin la noche oscura. Así lo siento, en verdad. Y percibo este tiempo presente como el tiempo en que se cumple la experiencia humana pronosticada por Platón en su Alegoría de la Caverna, a la que dediqué una reflexión días atrás y en la que, como veis, sigo “atrapado”. Y no por curiosidad intelectual, sino por necesidad vital y por sentido de responsabilidad. Tengo el sentimiento y la certeza de que nos hallamos en un momento crucial de la evolución humana, y de que la Alegoría de Platón es un punto de partida y una guía precisa e imprescindible para afrontarlo. Como el guión de una película, que contiene tanto el devenir como el desenlace final.

 

Rememoro paso a paso aquel relato con la atención puesta en mis adentros y también en el exterior, en el Mundo y en las circunstancias actuales de pandemia, que advierten acerca del porvenir.  Y siento que aquella trama de la Caverna se está desarrollando hoy y que nosotros somos sus sorprendidos protagonistas.

 

Por ahí ando yo. En esta toma de conciencia; en esta reflexión que combina el donde estoy, el rumbo y el destino. Ante ese horizonte donde se alza el “mundo nuevo” de las profecías, que intuyo cercano. Y no por un exceso de optimismo, sino por sentido de la realidad, de lo que hay en juego, de la apuesta evolutiva tan grande.

 

Y me pongo en marcha tratando de ordenar los sentimientos y las ideas, además de las ganas de hacer; como impulsado quizá por el mismo sentimiento que movió al personaje de la Caverna, de Platón, haciéndole salir al exterior que es el reino de la Luz y la consciencia. Y allí descubre el juego de la luz, los objetos y las sombras proyectadas. Y comprende. Y se transforma. Y decide compartir lo hallado con los demás…, porque siente que es algo bueno y que es de todos. Sencillamente porque es de todos.

 

Así pues, me pongo en marcha y decido compartir lo que sé, sin ánimo de convencer a nadie. Y lo hago inicialmente atraído e inspirado por el profeta Isaías, capítulo 61; por las mismas palabras que leyó Jesús un día en la sinagoga de Nazareth, y que él interpretó como respuesta a la pregunta y a la inquietud de quien intuye que tiene algo que hacer en la vida y no sabe qué…, y se pregunta mil veces: “Padre, ¿Qué esperas de mí?”. Pues bien, algo parecido ha debido mover mis pasos, como siguiendo los suyos. Y aquí estoy.

 

Me sitúo, pues, en aquel tiempo y en la circunstancia personal de Jesús, porque en ella está la clave para entender “la movida” de ahora; es decir, nuestro alterado presente y también el devenir.

 

Es el tiempo de la juventud temprana de Jesús y del inicio de sus intuiciones. Tras la muerte de su padre, Jesús y la familia se trasladan de Nazareth a Cafarnaum, aldea vecina de Betsaida, donde reside la familia de Zebedeo, que también lo es de Jesús, junto al Mar de Galilea y al abrigo del Cielo. Un escenario geográfico llamado a acoger el sueño más hermoso, sentido y noble que pueda albergar el Alma humana, protagonizado por un grupo de amigos animados por un joven llamado Jesús: el sueño de un mundo nuevo, o Reino de los Cielos en la Tierra. La Luz traída a la Caverna.

 

Betsaida, rincón del mundo; sustantivo derivado de la letra Bet, que significa “casa”; segunda letra del alfabeto hebreo que también aparece en la palabra “Bereshit” con la que se inicia el relato del Génesis y la Creación(“Bereshit bara Elohim et ha shamayim ve’et ha aretz…”) y nos remite a la idea de “hábitat o lugar donde convive la familia como una unidad” …; Betsaida, descubierta y recuperada hoy como escenario de aquel sueño…, todavía vivo. Como siendo nosotros sus herederos: soñadores, portadores del sueño de entonces y miembros de esa gran familia humana por crear y reunir.

 

Y en el centro de dicha experiencia: Jesús, estrella solar de aquel universo. Un Jesús que se pregunta “qué he de hacer”, consciente de que su vida tiene un propósito, una finalidad, un “dharma” o deber, que justifica su venida al mundo. (un algo que hacer, como lo tienes tú, porque aquí no sobra nadie…) Este Jesús del cual os hablo, de apenas dieciocho años de edad, vive con una constante pregunta en el alma: “Padre, qué esperas de mí”, porque nadie lo recuerda al nacer.  Así, un día tras otro, esperando una señal que le sirva de respuesta…

 

Pues bien, ese joven Jesús que vive esperando una respuesta del Cielo, regresa un sábado a su pueblo natal, Nazareth, y es invitado según era costumbre a dar lectura a un texto sagrado en la Sinagoga. Situémonos…

 

Ya estamos ahí, en la Sinagoga.  Alguien le entrega el rollo (volumen) de Isaías y, desenrollándolo (nos dice el evangelista Lucas), Jesús se encontró con el siguiente texto:

 

“El espíritu del Señor está sobre mí, pues me ha ungido, me ha enviado para anunciarla buena nueva a los abatidos y sanar a los de quebrantado corazón, para anunciar la libertad a los cautivos y la liberación a los encarcelados (…) para consolar a todos los tristes y (atención a estas palabras que siguen) dar a los afligidos, en vez de ceniza, una corona; el óleo del gozo en vez del luto, alabanza en vez de espíritu abatido”. ¡Impresionante!  Añade Lucas que, tras leer el texto, Jesús guardó silencio, recogió el rollo y dijo: “Esta profecía se cumple hoy”, sintiéndose aludido y contestada aquella pregunta suya de: “Padre, qué esperas de mÍ” ¿Qué espero de ti?, esto: dar a los afligidos, en vez de ceniza, una corona; el óleo del gozo en vez del luto, alabanza en vez de espíritu abatido”. En esta dirección iba mi alusión a la realeza y la corona citadas al comienzo.

 

Pues bien, leo yo también en Isaías el mismo texto, al propio tiempo que analizo el siguiente escenario:

 

Verás, en él sitúo el presente año 2020 en el que estamos, y un horizonte que alcanza hasta el año 2040. Y un titular vinculado a éste año 2040, que define un nuevo escenario, una afirmación, un vaticinio, una esperanza…, o una mezcla de todo ello contenida en el título: “OTRA HUMANIDAD Y OTRO MUNDO”, manifestados y reales en dicho año. Y, entre ambos límites (y sobre todo hasta final de 2025) nos esperan años de grandes cambios, de caos, de sorpresas, de renovación…, de tiempo y conciencia crepusculares donde conviven la noche y el día, lo viejo y lo nuevo, la alternancia de ánimo, la incertidumbre..., hasta alcanzar la estabilidad en forma de “otro mundo” que empieza a ser reconocible como tal, ya entrados en2032.

Este es el escenario que vislumbramos, y el que pisamos ya. En él estamos.

 

Por tanto, mis palabras de hoy vienen de lejos, pero también pertenecen a este tiempo presente, al inmediato “ahora”, en el que hallan aplicación. En un momento anterior, dos mil años atrás, propiciaron un punto de inflexión en la historia de la Humanidad que va más allá de la solidaridad, dela caridad y aún de la compasión; un cambio radical de orientación de largo recorrido iniciado entonces por un judío de Galilea, un impulso vital que más tarde nuestros antepasados asociaron al concepto “kerigma”, que significa “buena nueva” (pero es mucho más que una noticia) y que hoy se nos anuncia a modo de conclusión. Más de dos mil años de vida humana de búsqueda y de maduración silenciosa, por tanto…, hasta llegar al inesperado escenario humano presente repleto de nuevos afligidos, de abatidos y de luto, que actualiza las palabras del profeta (2.800 años después de ser pronunciadas), en torno a una “corona viviente” que hemos llamado “coronavirus”; y plantea un serio y profundo interrogante a la Humanidad.

O debería plantearlo.

Estas palabras, pues, se inspiran en las del profeta Isaías que cito al comienzo, y en la vida de aquel Santo Caminante de Galilea que las hizo suyas y que les dio vida. En ello se inspiran mis palabras, y en la intuición y la experiencia de nuestros antepasados de todos los tiempos y culturas, donde emergieron personalidades tan significativas como Lao Tse, Confucio, Buda, los Rishis de los Upanishads…, en Oriente; o los filósofos griegos, que miraron e mundo con los ojos de la razón, y los místicos y profetas del pueblo de Israel, los que vivieron allí, y los nacidos aquí, en Sefarad, que también fue tierra de ilustres árabes universales; y en tantos sabios anónimos de la Era Axial anterior a Cristo y de muchos que le sucedieron a él en los albores del cristianismo; como también en otros más recientes que iluminaron la Tierra con su sentimiento humanista, y de los descubridores y científicos de nuestro tiempo…, y tantos y tantos anónimos… Y finalmente en la Evolución, en el Plan de Dios donde todo está concebido y por tanto también este inminente futuro que intuyo; en los acontecimientos presentes y venideros, en lo que sucede y en lo que ha de suceder formando parte de una instrucción o “mandato” llamado a ser cumplido.

 

De todo ello, que ha echado raíces en mí, y del latido interno del alma que me impulsa y orienta, de lo que he vivido y he visto vivir, nacen estas palabras y el sentimiento que las sostiene y acompaña.

 

Así es mi sentir, ajustado a la oportunidad del momento presente, que parece dirimirse   entre los símbolos “ceniza o corona”, conforme a las palabras del profeta citado al comienzo, alusivos a dos realidades alternativas que simplifico: salir de una para llegar a otra; es decir, salir del luto del padecimiento y la tristeza, para acceder al bienestar y la alegría. Una posibilidad de cambio y un mensaje que suscitan muchas preguntas, y una necesaria reflexión   que yo inicio a partir del concepto “Epifanía” referido al ser humano; un término griego cuyo significado es: “manifestación de Dios”. Es decir, símbolo o forma visible de Dios por medio del cual se da a conocer: algo parecido a las sombras de la caverna de Platón, pero a diferencia de aquellas, éstas provistas de ánima, o vivas; es decir, entes vivientes… “epifanías”.  Piedra angular, pues, de nuestra verdadera naturaleza, que trasciende todas las apariencias y opiniones personales y nos remite a la idea esencial del “espíritu eterno y creador” como realidad metafísica humana, muy alejada de la idea convencional egocéntrica y al margen de Dios, que inspira nuestra conducta habitual.

 

La cuestión planteada, pues, implica una apertura de conciencia que tiene que ver con tres factores: 1) con el “reconocimiento” de una cualidad humana ignorada, no reconocida o negada; es decir, con el concepto “epifanía”; 2) con las consecuencias derivadas de dicha ignorancia, medibles  en términos de “vida condicionada” y sufrimiento humano; y 3) con la sugerencia de un mundo y una Humanidad nuevos y posibles,  nacidos  del mencionado reconocimiento y de su  implantación entre los hombres, lo cual justificaría y haría posible, tal vez,  ese “OTROMUNDO Y OTRA HUMANIDAD” aludidos.

 

Y todo ello, repito, considerado en el escenario presente, en lo que está sucediendo ahora con un protagonista central denominado “coronavirus” que ha provocado un confinamiento y un “contagio” general. Una llamativa coincidencia, en absoluto casual, y sí en cambio una sincronicidad que trae consigo un mensaje y una instrucción para la Humanidad de hoy.

 

Sí, una instrucción, he dicho, que no sugerencia. Un mandato dela Evolución; de ese mismo impulso que nos ha convertido en seres humanos complejos a partir de una célula simple llamada procariota, tras cinco mil millones de años de empeño… De eso estoy hablando. De nuestro porvenir y de nuestro pasado que le sirve de asiento. De cuanto hemos sido y realizado a lo largo de milenios, y de cuantos sueños quedaron sembrados en los campos de la vida en espera de nuevas generaciones llamadas a realizarlos. De eso hablo con el sentimiento de que somos los mismos, los de antes y los de hoy, pues quien ha existido siempre es el Alma entendida como extensión de Dios hasta la criatura, y nexo entre ambos. Y esa es UNA. Manifestada en las incontables formas vivientes, pero ÚNICA. Una.

 

Respira, querido amigo, respiremos todos. A partir de esta comprensión, si uno se pregunta “qué he de hacer o cómo he de actuar” en el contexto presente en aras al cumplimiento de la mencionada instrucción, la respuesta es: “ser lo que eres”, sencillamente; es decir, ser coherente:  comportarte como tal “manifestación” en cualquier momento y circunstancia, como señaló aquel santo galileo llamado Jesús, de tal manera que viéndote también a ti “conozcan al Padre que te ha enviado”.

 

“Ser lo que eres…” Y, esto, ¿es fácil de hacer? Bien, Sepamos que  de todo ello se deriva una exigencia ética para con uno mismo; porque, ¿hasta dónde llega la medida de Dios al cual representamos? ¿Dónde está el nivel de satisfacción para el “yo” actuante (La persona), en qué “cantidad”? ¿Cuánto hay que hacer y qué dar para estar a la altura?

 

¿Comprendes…?¿Cómo saberlo?

Tiramos de antecedentes buscando respuestas, y las hallamos en Él, en Jesús, para quien su respuesta primera fue la dedicación total de su vida a ser testimonio viviente de Dios: “quien me ha visto a mí ha visto al Padre que me ha enviado” ,afirmó él. Y eso se llama coherencia absoluta, que implica dedicar o consagrarla vida personal al servicio. Pero un día, aquel gesto de “consagración de la vida” al servicio de una causa suprema devino insuficiente para él, y Jesús sintió que había algo más valioso y grande, como: DAR LA VIDA (“porque nadie ama más a los otros que aquél que da la vida por ellos”). Sobrecogedor sentimiento, que te deja sin palabras…

 

Dar la vida… En Jesús, “dar la vida por los demás” alcanzó su máxima literalidad en el Gólgota, como sabes. Pero su acción no fue un hecho puntual, sino “el grano de trigo que cuando muere da fruto ciento por uno”. La siembra de entonces nos convierte a todos en potenciales “dadores de vida”, en granos nacidos de aquel trigo capaces de multiplicar su efecto allí donde estemos. Porque “uno de los nuestros”, de nuestra especie y familia, lo hizo primero…


Y de eso se trata cuando hablamos de “ser lo que somos”: ser “dadores de Vida” ,ser espíritu vivificante suministrador de vida para los llamados “muertos” en el evangelio, que no son los que yacen en las tumbas, sino todos aquellos que se sienten separados de Dios, que no viven en la confianza de estar unidos a Él/Ello, y transitan por el mundo privados de los dones y del gozo de Su “Presencia”; es decir,  ¡los de “la ceniza y el luto”!  Ellos son los “muertos”, aun si caminan y hacen las cosas de vivos. Los abatidos…, los desheredados de la vida.

 

Pues bien, ser “dador de Vida o espíritu vivificante” para con ellos, conlleva todas las formas de atención, protección, dedicación y ayuda a los demás. Todas. Desde el simple cuidado o respeto, desde el básico “no hace daño”, según reza el aforismo hipocrático, hasta la actitud compasiva y silenciosa que estimula al otro haciéndole crecer hasta realizar la mejor "versión” de sí mismo, el ser más y mejor…

 

Pero, sabe que por encima de todas esas formas se sitúa esta: el reconocerlos como lo que son: “epifanías” o manifestación de Dios. Lo cual exige ver más allá o más profundo, de lo que su envoltorio, su disfraz humano oculta: es sobrepasar las sombras que aparentan realidad, como en la Caverna de Platón. Date cuenta… Empecemos por ahí y no nos preguntemos qué hay después. No hay después si falta esto.  Los demás también son el testimonio viviente o manifestación de Dios; nosotros lo sabemos y ellos no, porque nadie les advirtió jamás ni los reconoció así; esa es la única diferencia. Pero también es una oportunidad para todos. Porque ellos jamás podrán descubrirlo si nosotros no los reconocemos y tratamos como tales. Ni nosotros lo seremos de verdad sino lo concedemos a ellos. “Haced a los demás aquello que quisierais para vosotros”, suena de nuevo la Regla de Oro…,recordándonos a todos que necesitamos a los demás.


Este gesto de reconocimiento equilibra el eje YO - los OTROS, el de la relación y la convivencia entre uno mismo y los demás, y conduce a la verdadera y definitiva COMPASIÓN en su sentido más puro. “Los demás”, reconocidos ahora con toda su dignidad en tanto que manifestaciones de lo divino, a diferencia de La percepción egocéntrica que siempre hemos tenido de ellos, que los percibe y juzga como ajenos, competidores, rivales o enemigos de los que te tienes que proteger y aun atacar. 

Llegados aquí, uno se pregunta: ¿cómo podría ser dicha convivencia desde la nueva premisa que reconoce a la Divinidad manifiesta, no ya en uno mismo, sino en los demás?, ¿cómo tratar al otro, siendo que es Dios “disfrazado”? ¿Cómo podría vivir ese nuevo ser humano al que se le sustituye la “ceniza” por una “corona” de dignidad?

 

Esto no es una fantasía, no es algo ilusorio, sino una posibilidad. Detente aquí, e imagínalo…, detengámonos todos. Porque el futuro está por hacer y hay que elegirlo entre otros posibles; y ese futuro aludido tiene que ver con la idea del “kerigma” cristiano hecho realidad.

 

Ante nuestra despierta mirada se perfila un nuevo horizonte, un mundo nuevo, tan idílico como vasto…, pero atractivo. Poderosamente atractivo.

 

Pues bien, has de saber que la “mirada” ya está puesta allí por el “observador eterno”, que es el Creador. Recurro a esta terminología, propia de la Física cuántica de nuestros días, con la imagen del experimento del gato de Schrödinger ante mi, paradójicamente “vivo y muerto” a la vez en el interior de la caja, en alusión al estado de probabilidad o de indeterminación que precede a la realidad manifiesta, y cómo ésta, la realidad, depende de la intervención y la voluntad de un observador que la concrete para ser “realidad”. Pues bien, siguiendo esa visión, que comparto, así como la idea igualmente cuántica del “tiempo reversible”, afirmo que el necesario observador ya ha intervenido. Y ello constituye, de facto, un propósito creador y una tácita instrucción. El objetivo, pues, ya está marcado en el Plan de Dios, así cómo el impulso y los medios para su realización. A partir de ahí, todo es ya Evolución o progreso hacia la meta, y por tanto acción continua; es decir, creación continua: hacer lo que corresponda en cada momento en aras a su cumplimiento.

 

Reflexiona… Sí, reflexiona. Y luego añade lo siguiente:

 

En consecuencia, y en un contexto de “creación continua” como este, siempre habrá alguien “de guardia”, preparado y dispuesto para ejecutarlo que sea necesario en cada momento y en cada lugar; siempre habrá “trabajadores” al servicio del Plan que se sentirán convocados…¿Comprendes?  Medítalo, porque no se trata de una mera posibilidad.

Pues bien, nosotros somos hoy ese “cuerpo de guardia”. O podríamos serlo. El relevo de un colectivo de vigilantes perpetuos del Plan al que Jesús se refiere y llama “Vírgenes prudentes” en su parábola…; Sí…, sí…: los de la lámpara siempre encendida…. ¿Te sorprende mi afirmación, o quizá te resuena? Contémplate, pues tal vez por eso estamos aquí: para hacer “lo que toca hacer”. Y lo que toca es ser “dadores de vida” o espíritu vivificante capaz de resucitar a los “muertos”, que hoy identificamos por fin, no como los que yacen en la tumbas, sino como aquellos que siendo manifestación de Dios no lo saben, y sufren por ello; es decir, la inmensa mayoría de la población…: los de quebrantado corazón, los abandonados, los rechazados, los abatidos…, a quienes hay que liberar del luto y coronarles de dignidad.

 

Esa es la instrucción, la consigna que subyace en la situación presente de “contagio general” causada por un “coronavirus”, que ahora nos suena a un “coronamiento” general reconocido en uno mismo, y por cada uno de nosotros en los demás. Esa nueva dinastía real a la que me he referido al comienzo, encarnada por cada ser humano y traducida en comportamiento ético y moral colectivo; un  cambio radical que trae a mi memoria aquellas palabras de Aurobindo, de Sri Aurobindo: “de simples hombres se convertirán en seres espirituales (…) y la vida terrena se convertirá en la vida divina”, palabras que sonaron a profecía hace más de un siglo, y que hoy definen el escenario previsible en Noviembre de 2025, fecha en la cual la frase “vi un nuevo cielo y una nueva tierra” trasciende las palabras y se convierte en un sentimiento colectivo, en un ¡Aleluya…! Como un respirar aire fresco al apuntar el alba. Esa es y será La Humanidad del mañana: la Nueva Humanidad y el nuevo mundo. Realmente posibles.

 

Este es mi sentir. Y también es el tiempo de actuar como miembro del relevo a cuyo fin me encomiendo. Por delante quedan algo más de TRES años de actividad incesante para este “cuerpo de guardia” actual: hasta el 2023; fecha que marca el desenlace del crepúsculo en forma de amanecer a un nuevo día, o nueva realidad, que será cada vez más notoria a medida que nos acercamos al muy importante, al definitivo  año 2025. Y claramente manifiesta ya en el2032. Final de un periodo de tiempo que conlleva un cambio de paradigma global o nuevo modelo de civilización, o Nueva Era… o “Mundo Nuevo”, según quieras llamarlo, y que en la práctica implica una “transición ecológica” radical; es decir, un cambio en la manera de relacionarnos entre los seres vivos.

 

Entre TODOS los seres vivos, escúchalo bien; también los invisibles, esos que por su pequeño tamaño se escapan a la visión normal; es decir, los Microorganismos entre los cuales se halla este virus protagonista de la pandemia actual, que nos llega como mensajero de aquel marginado universo viviente. Sí, sí, querido amigo, no te sorprendas: todos los microorganismos, digo, y en particular los que viven en nuestro cuerpo, que en número superan con muchísima holgura al de células. Y de todo el conjunto de seres vivientes con el hábitat que ocupamos(el Planeta Tierra), pues eso significa en verdad la palabra “ecología” inspirada en el “oikos” de la antigua Grecia que significa “casa familiar o hábitat”. Y la letra “bet” hebrea, que he citado al comienzo, y el “kerigma” cristiano bien entendido: el sentimiento más noble y elevado jamás sentido, aplicado a la vida en el mundo…, lo cual es mucho más que una “buena nueva”, o noticia: es un “renacimiento humano” real. Una gran aventura para la Humanidad que merece ser llamada: “ODISEA DE LA ESPECIE”, la cual, como en el relato épico de Homero sobre Odiseo (o Ulises) en su regreso a Ítaca, también implica tener tres cosas: destino claro, voluntad y determinación en quien lo emprende.

 

Este es el reto para la Humanidad al que me he referido al comienzo, el mayor de estos dos mil últimos años.

 

Contémplate ahora, siéntete ante ese inminente futuro que está llamando a tu puerta… ¡No me digas que no te enamora este viaje!

Siguen sonando aquellas palabras del profeta: “El espíritu del Señor está sobre mí porque me ha ungido, me ha enviado para anunciar la buena nueva a todos los abatidos (…) y dar a los afligidos, en lugar de ceniza, una corona…”  Y uno siente que ha llegado el momento. Porque la profecía, como mostró Jesús, se cumple el día que la escuchas dirigida a ti.

 

Medítalo, porque hay mucho en juego. Y, si te animas, toma tu pala de remar y súbete a este barco. Porque el viaje empieza cuando el viajero abandona el muelle desde donde contemplaba el mar, y se adentra en aguas abiertas…

 

En este barco (seguramente ya lo has adivinado) … en este sentimiento con forma de barco no hay pasajeros. Todos son tripulación: tripulantes de sí mismo y miembros de una tripulación colectiva que comparte rumbo y destino.

 

Y hoy, 21 de Diciembre de este año crucial de 2020; histórico día del Solsticio de invierno y acontecimiento cósmico señalado por nuestros antepasados como el día en que renace el Sol, y por otros más actuales como del nacimiento de un “mundo nuevo”, tomo mi pala de remar…, y me embarco siguiendo una estela trazada sobre las aguas que se parece mucho a otra que llevamos en el Alma.

 

Con mi fraternal abrazo… Gracias por estar ahí.

 

 

Félix Gracia (21 Diciembre 2020)

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