Transcripción literal del video:

“Guarda tu corazón, porque de él brotan manantiales de vida” (Pro, 4)

Hola amigos…

Retomo la metáfora del río de aguasvivas, del manantial de vida eterna, de la fuente eternamente creadora, de La ciudadela de Dios y del Sagrario del Templo, del Atman y la Shekinah…; del Corazón, en definitiva, para hablar de nosotros los humanos y de  Resurrección.

Sí, de Resurrección. Y de nosotros. Y de Jesús, de quien tantas cosas se han dicho y otras muchas ignorado. Del Jesús creado por los hombres, y de ese otro creado por Dios…, que fue ocultado por aquél.

Quiero hablar de todo ello y hacerlo contenido, como una lenta confesión, que inicié hace veinte años en mi libro “Yo soy el camino” y la mirada  puesta en el presente de ahora.

La muerte de Jesús –escribí entonces-  es un acontecimiento sin precedente e imposible de catalogar. Decir de él que tuvo una repercusión universal o que su impronta afectó a la estructura atómica de toda la Creación es, pese a la magnitud de la afirmación, reducir la dimensión del acto. Porque la muerte de Jesús conlleva la resurrección de los hombres. No existen ejemplos ni expresiones humanas, por extremas que estas sean, que puedan definir lo que es sobrehumano; lo que aun resolviéndose entre los hombres constituye, no obstante, una acción de Dios. Y como tal, mayor que toda medida.

Le ponemos palabras y tratamos de explicarlo, porque aspiramos a entenderlo, impulsados por algo que nos hace sentir que la comprensión de las cosas las hace un poco nuestras. Pero somos conscientes de que apenas rozamos lo que realmente son.

Aquel día, el Gólgota se erigió en un verdadero altar; en el punto de encuentro del Cielo y la Tierra que anuncia La gloria a los hombres. Pero también el cumplimiento definitivo de dicha esperanza, primero en Jesús y, tras de su partida, también en Juan, que le sucede y se queda como prueba de que “el efecto Jesús” sigue vivo entre los hombres y a su alcance. En ese instante en que el discípulo recibe el latido del Nazareno, que equivale a penetrar en la frecuencia vital de Jesús,  desaparece el “Juan humano” hijo de Zebedeo y de Salomé, y nace el “símbolo”.  A partir de ese momento, el término “discípulo amado” ya no describe únicamente al apóstol Juan, sino a todo ser humano que penetra en “la realidad Jesús”.

Juan se torna así en arquetipo que representa la continuidad de Jesús y la posibilidad de hacer real e inmediata la comunión con él.

El apóstol, tras el impacto de la experiencia, cayó en un estado de silencio que le acompañaría el resto de su vida. Juan no pronunciaría jamás un solo discurso y apenas hablaría del Nazareno ante los demás  después de aquel suceso, pero su simple presencia en la comunidad bastó para mantener viva la llama de su recuerdo y el estímulo para buscarlo. El suceso de Juan trascendió entre los seguidores de Jesús como prueba del cumplimiento de su promesa y del beneficio o conveniencia de su muerte, despertando en ellos el deseo de vivir su misma experiencia de comunión con él, que equivale a una “ascensión” real al "nivel Jesús” inherente a cada persona.

Afirmados en esa certeza y convencidos de la veracidad de las palabras de Jesús, dieron cabida en sus vidas a una actitud de búsqueda que con el tiempo se convertiría en una suerte de disciplina practicada a diario, y en un movimiento místico que más tarde se llamó Hesycasmo; palabra griega que define una disposición de íntimo recogimiento en el silencio, de concentración interior y de confiada espera, mientras se mantiene La atención puesta en el corazón…, esperando el encuentro con  él.

Tiempo después, pero con idéntico propósito, nacería en Occidente una corriente devocional inspirada en el Hesycasmo, llamada del “Sagrado Corazón de Jesús”, que mediante el culto y la formulación de plegarias, pretendía igualmente provocar el encuentro acercando al devoto el "latido” del Gólgota…

Dichas tradiciones  incorporaron la llamada “oración del corazón”, consistente en invocar el nombre de Jesús con la atención puesta en el corazón, acompasando la pronunciación al ritmo de éste, y ambas perduran en nuestros días. Hesycastas y devotos del Corazón de Jesús, representan al colectivo humano que aspira a ser  “discípulo amado”(o que ya lo es) y constituyen la prueba de la vigencia del Gólgota y del “efecto Jesús”, que así le llamo yo: de su latir continuo, de su permanente llamada.

El “discípulo amado”, que lo es o que lo quiere ser; el “Juan” que llevamos dentro, sigue vivo y buscando. Ignoramos cuántos hay; si son muchos o pocos. Pero ellos representan la llama encendida de una esperanza nacida entonces y amorosamente preservada. No están organizados, no tienen jerarquías, no se inscriben en ningún registro, no dirigen ni controlan la sociedad, no tienen himno, ni bandera, ni prebendas, ni poder… Pero constituyen un “campo de conciencia”, una iglesia o colectivo de afines que comparten un mismo sentimiento. Y, frente a la denominada “Iglesia de Pedro”, establecida sobre el principio de “tener la propiedad de los dones de Jesús emanados de su muerte” y el derecho exclusivo a administrarlos conforme a su  exclusivo criterio, se desvela la existencia de otra realidad  paralela o simultánea a ella, que con toda propiedad puede denominarse “Iglesia de Juan”, la cual proclama la potestad que cada individuo tiene de realizar a Dios en su vida, promoviendo su ascensión hasta el nivel o “versión” máxima de sí mismo, llamada Hijo de Dios, y lleva por nombre Jesús.

La “Iglesia de Juan” –seguí escribiendo-es “un campo de conciencia” que merece esa denominación desde el acontecimiento del Gólgota, pero no define un movimiento local, ni sectario, ni temporal. La “Iglesia de Juan” es un arquetipo eterno al que Jesús dio vida e impulso; que existe más allá de doctrinas, culturas o razas,  que representa el impulso humano nacido del despertar a la Presencia real de Dios en el corazón de los hombres, el Atman, la Shekinah…, y que promueve la reconciliación universal. O Reino de los Cielos.

En ella, en esa “iglesia”, todos sus miembros “se llaman Jesús”, además de su nombre. Y aquél que se señaló  a sí mismo como “camino”, no está ubicado en los altares, sino presente en sus corazones donde late silencioso…

Así, con estas palabras y sentimiento, hablé veinte años atrás en las páginas del citado libro, y así me sigo expresando hoy. Este “hoy” que pertenece al “tiempo vencido”.

Termino, queridos amigos, con unas palabras adecuadas al día de  hoy Domingo de Resurrección, que son una toma de conciencia:

Un año más, hemos concluido la Semana Santa. A diferencia de los anteriores, en este presente no hemos sacado a las calles a nuestros santos, alterando sensiblemente el clásico ritual de siempre, procesional y simbólico. Quién sabe si, además, el silencio y recogimiento forzados por la pandemia han facilitado la realización de esa “procesión interior” que cada uno  arrastramos como una asignatura pendiente,  dando por fin vida en sí mismo a los arquetipos o impulsos vivos contenidos en el alma y que, incapaces de ver en nosotros, hemos proyectado tradicionalmente afuera sobre imágenes de santos y en templos; que son símbolos de valores nuestros, pero no son nosotros.

Si así fuera…, si esa “procesión interior” ha tenido lugar…, quizá hoy nos sintamos resucitados. O dispuestos a resucitar, un poco más cada día…

Con mi fraternal abrazo. Gracias por estar ahí.

Félix Gracia (Abril 2021)

Videos Relacionados

info@confelixgracia.com