“De simples hombres se convertirán en seres divinos…” (Aurobindo)
Recapitulemos. No se trata de hacer un ejercicio de la memoria, sino de fijar las bases o premisas en aras a una conclusión final; es decir, de un ejercicio de la consciencia previo al establecimiento de un objetivo definitivo y concreto. Algo así como poner encima de la mesa el asunto tratado, que en nuestro caso se resume en la expresión: dónde estamos y adónde queremos ir, sometiéndolo a una definitiva reflexión y firme convencimiento. A la voluntad de llevar a cabo una acción, de crear algo nuevo que denominamos “Nueva Humanidad”. Una estirpe de seres divinos.
Dichas bases han sido expuestas en mis anteriores comentarios, sobre todo en el discurso “programático” del pasado 21 de Diciembre que titulé: “La Odisea de la Especie: una Nueva Humanidad”, al que sigue y refuerza el de hace pocos días, titulado: “Venga a nosotros tu Reino”. En ambos, la idea central gira en torno al necesario establecimiento de una nueva actitud personal, de cada uno en relación a los demás para cumplir dicho objetivo; en una nueva manera de mirarlos y de verlos, más allá de su apariencia o disfraz humano, porque todos son y somos manifestación de Dios; epifanías, con forma y aspecto humano de lo más variopinto. Pero investidos de la máxima dignidad, que es la dignidad divina. Todos iguales.
Tal era, y sigue siendo, la premisa fundamental sobre la que recapitulamos ahora, de la cual se deriva una profunda y radical transformación humana que da origen a una nueva vida o Nueva Humanidad, o Reino de Dios en la Tierra; una realidad inconcebible para el clásico habitante de la Caverna de Platón, que ya conoces. Pero intuida y soñada por muchos otros como algo idílico que llamamos Reino de Dios en la Tierra, y cuyo establecimiento, que es nuestro objetivo, solo es posible mediante la implantación de la mencionada premisa en nuestra vida. O sea, con el reconocimiento de todos y cada uno de nosotros como verdaderas manifestaciones de Dios… De todos. Incluso de aquellos que con sus actos parecen negarlo.
Esa es la base, nada fácil. El punto de partida sin el cual no hay Reino de Dios "de y para todos”. Dios ya está en el Mundo, como sabes; y no desde hace un tiempo ni porque la humanidad lo haya implorado, sino por Su decisión desde el inicio de la Creación. Por Su voluntad, no ya de “estar”, sino de “ser”: de hacerse Mundo físico donde
albergarnos a todos en ÉL, como un seno materno que nutre y protege… Un Paraíso Terrenal viviente, exuberante y fructífero. Un EDEN. Y descubrirlo, hacerlo real y vivirlo por fin, es nuestro objetivo.
Recapitulemos, pues… Pongamos sobre la mesa nuestro objetivo y nuestra premisa fundamental, que incluye en sí misma el ejercicio de una ética ajustada al fin buscado. No necesitamos más…, salvo la confianza en que el OBJETIVO señalado vale la pena y que su cumplimiento es posible.
¿Es posible, en verdad, o se trata de un hermoso deseo…?
Verás, si esto que sentimos y queremos es un “deseo”, ya te digo que no; que no se cumplirá. El deseo acabará desvaneciéndose falto de energía o vitalidad, como anuncia su raíz etimológica “des”. La misma de lapalabra “desidia”, que es sinónimo de negligencia, descuido o dejadez... Nada positivo que esperar, por tanto.
Pero si en lugar de un simple deseo hacemos de dicho sentimiento un “propósito”, la cosa cambia. Porque el “propósito” incluye en sí mismo “voluntad y determinación” en lograrlo; es decir, una causa por la que luchar, una tarea. Y entonces te digo que SÍ: que vale la pena y que además es posible realizarlo…,y conseguirlo. Seguro.
Así que toca decidir qué es eso que queremos alcanzar: si deseo o propósito, para seguir hablando.
¿Qué dices tú…? ¿He oído bien…? ¿Propósito…, sí? ¿De veras…? Entonces seguimos hablando…
Te voy a contar una historia que tiene mucho parecido con nuestra situación, con nuestro objetivo y con esta recapitulación que estamos realizando…
Esla historia de un monasterio y de los monjes que habitaban en él. Y de un “pecado de ignorancia”: de sus efectos y de su solución. Y del devenir de las cosas…
Pues bien…, cuentan que existió un monasterio que se hizo célebre por la santidad de sus monjes. Hasta tal punto llegó su fama de santidad, que de todas las partes llegaban personas solicitando ser admitidas como monjes y cientos y cientos de peregrinos deseosos de penetrar en su recinto. Se decía que entrar en el monasterio era como acceder al Cielo.
Y así, bajo esa aureola de santidad transcurrieron meses y años… Pero, un día y sin saber por qué, empezaron a faltar los peregrinos, cesaron las solicitudes de admisión y muchos monjes abandonaron el monasterio. El monasterio perdió su fama de antaño y languideció hasta quedar habitado por unos pocos monjes y reducido al olvido…
Transcurrió el tiempo y todo seguía igual, sin actividad, sin vida… Entonces, los monjes que aún permanecían en él decidieron consultar a un sabio anciano que vivía en las montañas. Uno de los monjes llegó hasta él y le contó lo acontecido en el monasterio, su declive, su decadencia, sin que ellos conocieran la causa. Dime, santo anciano: ¿por qué nos ha venido esta desgracia?, preguntó el monje.
Y el sabio anciano le respondió escuetamente: “Habéis cometido un pecado de ignorancia”. ¿De ignorancia?, inquirió el monje. “Sí, de ignorancia insistió el anciano, porque entre vosotros está encarnado el Mesías disfrazado de monje y no le habéis reconocido”.
Asu regreso al monasterio, el monje emisario contó a sus compañeros lo sucedido y todos quedaron consternados por la noticia. “¡Dios Santo, el Mesías vive entre nosotros y no le hemos reconocido!” –se decían entre sí- tratando de averiguar quién de ellos podía ser. Pensaban en uno, pero inmediatamente veían defectos en él y lo descartaban. Luego, con otro, y lo mismo… Así, uno tras otro todos fueron descartados, pues todos tenían defectos.
¿Cómo averiguar quién era el Mesías, dado que los defectos formaban parte del disfraz tras el cual se ocultaba? Los monjes se dieron cuenta de que resultaba imposible descubrirlo porque cualquiera de ellos podía ser.
Así pues, ante dicha dificultad, decidieron tratarse unos a otros como si cada uno de ellos lo fuera.
Y cuenta la historia que, de pronto, comenzaron a llegar peregrinos de todas las partes, y personas que querían hacerse monjes…, y que el monasterio se hizo aún más famoso que antes por su santidad…
¿Te suena esta historia? Alguien puede pensar que solo es un cuento para niños; una fantasía, una ilusión sin sentido que no tiene cabida en el mundo real. Pero pensar de ese modo, negar la verosimilitud de la historia, es no conocer la realidad ni cómo se genera ésta; al igual que les sucede a los habitantes de la Caverna, que viven abducidos por el espejismo de las sombras.
Salte de ahí. Observa el mundo, la situación general; cómo pensamos y actuamos, la manera de relacionarnos, el egoísmo, la confrontación, la insolidaridad, la avaricia, la impiedad, todo ello ejercido de maneras tácita y explícita…Observa la sociedad y el modo de vida que hemos creado, en una palabra. Obsérvalo. No hace falta que alargue la lista, ¿no crees? Solo hay que mirar, pues todo eso está ahí. Y eso que está ahí, no se corresponde con nuestra idea acerca del Reino de Dios en la Tierra, ni esa sociedad constituye la Nueva Humanidad.
Eso que vemos es, sencillamente, la realidad de la vida humana; el retrato de la Humanidad presente o actual de la que formamos parte. Lo que hay. La cosecha de patatas nacidas en nuestro huerto… (permitidme la metáfora) gracias a que previamente fueron sembradas.
Date cuenta. Ahora solo te falta reconocer que si tenemos cosecha es porque hubo siembra. Y, si la cosecha se repite, es que seguimos sembrando más de lo mismo. O sea, manteniendo la misma actitud egocéntrica que inspira nuestro comportamiento; de sentirnos y creernos autónomos e independientes, sin necesidad de Dios, a quien hemos trasladado al Cielo mientras nosotros gobernamos el Mundo; seres egoístas, de cuyos impulsos y motivaciones psíquicas nace esa manera de ser y de estar en el mundo descrita… Porque dicho estado del Alma, dichas premisas egocéntricas, son la semilla del comportamiento y la realidad resultante. O sea, del “mundo sin Dios” al que hemos dado cabida.
Un mundo que reproduce exactamente la realidad del monasterio de la historia en sus horas más bajas, en su decadencia… Date cuenta. Démonos cuenta de esta situación que a todos nos convierte de facto en “monjes” condicionados por un “pecado” de ignorancia, de avidya…
Ahí estamos todos, la Humanidad completa. Eso sí: una Humanidad madura en cuyo corazón resuenan las palabras de aquel anciano que habitaba en las montañas advirtiéndonos que el Mesías vive entre nosotros y no le hemos reconocido. Una Humanidad que ahora ya sabe porqué se halla en dicha situación; que ha descubierto su “pecado” de ignorancia; que también conoce la manera de cambiarlo todo… Y, finalmente, que decide cambiar y crear una nueva situación.
Esta raza humana madura es la que describo en mi anterior grabación titulada “La Odisea de la Especie: Una Nueva Humanidad”. La Humanidad del crepúsculo anunciadora del amanecer. El cuerpo de guardia actual, la generación bisagra preludio del Mundo Nuevo de las profecías. Nosotros. Los que estamos hoy aquí. Los de la lámpara encendida, que asumen su función como Dharma, como deber moral ,como PROPÓSITO y como un privilegio.
Nosotros, aun si no llegamos a verlo. Pues lo que nos mueve, lo que nos anima, es hacer cuanto esté en nuestras manos por que así sea; ponernos en marcha, sembrarlo en el campo de la Vida con el convencimiento y la certeza de que un día será fruto y cosecha para los que han de venir y poblar la Tierra, como es natural.
En su memoria, queridos amigos, seguiremos vivos nosotros. Y todos como uno solo, en el corazón de Dios.
Gracias por estar ahí y por escucharme. Gracias.
- Félix Gracia