(Jesús) “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos…” (Juan 15, 13-14)

En el frente de combate…

- ¡Capitán! – dijo el soldado

- Dime, soldado

- ¡Capitán! Solicito permiso para ir en busca de mi amigo que ha caído en combate…

- ¡Permiso denegado! –respondió el Capitán. Tu compañero ya estará muerto y, además, me arriesgo a que también caigas tú incrementando el número de bajas…

Insistió varias veces el soldado sin conseguir el permiso del Capitán… Finalmente y ante tan reiteradas negativas, decidió salir en busca de su amigo aprovechando la oscuridad de la noche. Pasadas unas horas, el soldado regresó al campamento con el cadáver de su compañero a sus espaldas…

- ¡Te lo advertí, soldado testarudo, te dije que estaría muerto! –gritó el Capitán enfurecido. ¡Y encima has puesto en riesgo tu propia vida…! ¡Dime, ¿crees que ha valido la pena  lo que has hecho?

- Sí, mi Capitán…-respondió el soldado. Cuando llegué hasta él, mi amigo aún respiraba…, y al verme me dijo: ¡John, estaba seguro de que vendrías…!

Rememoro esta vieja historia, hoy: un día corriente; un día normal que, como todos los días, es el escenario de  un frente en el que todos somos  soldados, incluso si no portamos fusil ni participamos en una batalla. Soldados  “caídos” que aún mantienen la respiración… y, quién sabe si también una esperanza…

“Caídos”. En el sentido simbólico del término, que alude a un descenso de nivel, y no en el militar. Menos evidente que éste, en consecuencia,  por cuanto no muestra heridas abiertas. Pero más grave…, con ese tipo de gravedad soterrada que no muestra síntomas o lo hace de manera tan generalizada y común que se convierten en “normalidad” social por todos asumida.

Sí, compañeros soldados, seres humanos con quienes comparto origen y militancia: estoy hablando de “caídos” por causa de un “disparo” en forma de  “juicio moral de pecado”; es decir, de la sanción que hemos aplicado a la que fue una gloriosa “caída”, o “descenso del Espíritu hasta la Materia” que nos ha convertido en Humanos y, por tanto,  en vehículo y soporte real mediante el cual Dios se hace manifiesto en el Mundo, y sella la sagrada y eterna unión entre ambos que excluye toda idea de pecado.

En consecuencia: “Caído” es todo aquel que ignora su verdadera naturaleza, origen y función, y además, a dicha ignorancia añade la creencia de ser un “pecador” enemistado con Dios, expulsado de su reino y  obligado a pagar por su culpa. Ingredientes a partir de los cuales dicho “caído” establece una identidad personal, un modelo de vida y un paradigma social únicamente basado en su interpretación de los hechos, y no en la Verdad.

Quizá te preguntas cómo ha llegado el Ser Humano a convertirse en “caído”… Y la respuesta es: “por una simple cuestión de relato”. Sí, no te sorprendas: por una manera de narrar los hechos, o de contarlo… Y este relato al que me refiero es el que se formula desde el olvido, desde el “no recuerdo” del estado previo a “la Caída” en el que el Hombre existe en comunión con Dios configurando una Unidad inquebrantable, y desde la ignorancia: una combinación de factores altamente limitantes recogidos en el concepto sánscrito de Avidya. Nunca ha existido la expulsión, ni la comisión de pecado, ni la culpabilidad, ni la condenación… Solo el olvido y la ignorancia, que dan pie al lamento.  Solo Avidya.

En consecuencia, el autor del relato no es otro que el “hombre caído”…, que “se hace caído” a sí mismo  al juzgarse de dicho modo. El relato se convierte en dogma de fe o doctrina, en ideología y en leyes que sustentarán “un poder terrenal” ad hoc . Y, finalmente, en el paradigma o modelo social presente.

Esta es una gran verdad, amigos. Si le preguntásemos a Dios qué ha sucedido, nos contaría otra historia bien distinta. Nos hablaría de una historia de Amor inacabada, y de Sí Mismo, que se hizo Eterno para darnos tiempo de recobrar la memoria y de volver. Entretanto, todos somos el soldado “John” de la historia con la que doy pie a mi reflexión, o el amigo caído en el frente.  El que espera, convertido en estímulo para el que ha de llegar;  o el que se siente atraído o esperado por aquél. Siempre así.  Y, entre ellos la sola fuerza del Amor que nos une y sostiene.

El escenario del Mundo y la vida cotidiana donde nos hallamos son una suerte de “frente” perpetuo poblado por “caídos” que hacen de su espera un estímulo para “otro”; un estímulo silencioso, sin gestos tal vez…, como si no existiera pero sin dejar de existir. Un día, aquel “otro” percibirá ese silencio que nunca dejó de sonar y partirá en su búsqueda, como si aquello fuese el propósito de su existencia, y no cejará hasta encontrarlo, y abrazarlo, y fundir su aliento con él…, y renacer en UNO solo.

“Desconocido que pasas por mi lado, cómo te siento. Acaso tú seas el que voy buscando”, dejó escrito Walt Witman…

Los contadores de historias llamarán a este último “amigo” y a aquel primero, “caído”. Pero para el ser humano, que da vida a esta experiencia interpretando cualquiera de ambos roles, el “otro” siempre es: “el que me completa”.

Alguien que espera por ti…, pues todos somos el “amigo” de alguien. Y Dios, el de todos.

Félix Gracia (Febrero 2022)

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