“…  del árbol de la ciencia del bien y del mal no comas, porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Gen 2, 17)

“… el día que de él comáis se os abrirán los ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y del mal” (Gen 3, 5)

.Esto no va de dinero, como pudiera parecer dado el título del artículo. Pero sí de “economía”, en su sentido original que se deriva, al igual que “ecología”,  del griego “oikos”… que hoy  me siento animado a rescatar, por mil razones de peso.

En la antigua Grecia, de la que tanto hemos heredado, el oikos era un sentimiento y una filosofía de vida llevados a la práctica; el centro neurálgico en torno al cual estaba organizada la vida, que incluía a la familia,  todo el personal de la casa, los animales y todos los bienes materiales, los valores éticos, las obligaciones, los deberes y las  responsabilidades…Todo como una UNIDAD. Como un “organismo” vivo que siente y evoluciona a la vez.

De aquella antigua cosmovisión griega hemos heredado muchas cosas valiosas que aún conservamos, al tiempo que otras quedaron olvidadas en el camino hacia la modernidad, o las hemos tergiversado.

Por eso, y como he advertido, esto no va de dinero aún si lo  parece dado el título del  artículo. Pero es tan práctico o más que dicho elemento en la gestión de  la vida cotidiana, pues si aquél facilita el intercambio de bienes y la actividad entre nosotros, mi reflexión o artículo de hoy busca la comprensión del VIVIR, pleno y consciente; de qué y cómo es la VIDA humana…, que tanto se parece, en verdad,  a una moneda.

Así que empezamos por el origen. Por el relato del Génesis, que es una hermosa metáfora poco entendida. Y que demanda ser actualizada.

Entre los dos versículos citados apenas median unas pocas líneas de distancia. Pero en tan corto espacio de texto,  el libro de la Creación (el Génesis) plantea como digo y en forma de metáfora una gran advertencia: se trata del carácter dilemático de la vida humana, simbolizado por un árbol llamado “del conocimiento del bien y del mal”. Un dilema esencial para entender, primero: que la vida humana es como una moneda con dos caras inseparables lanzada al aire, y que la caída implica  el establecimiento  en  un  “estado psíquico” (del alma) que tiene su contraparte en la otra cara; la cual no desaparece por el hecho de estar  invisible, pues la vida se sigue expresando  en base a la alternancia entre la una y la otra. Y segundo: que ambas caras están operativas o manifestadas siempre y a la vez, mediante la actividad simultánea de individuos  y de colectivos especializados, diferenciados en su función. O sea, que la relación personal es cooperativa en todo momento y circunstancia, aunque dichas personas y colectivos  no  perciban la implícita cooperación que subyace tras  su aparente confrontación.  Así es la vida dilemática: un orden implícito e inteligente  que se expresa de múltiples formas, a menudo antagónicas…, pero fieles al mismo guión y propósito, que es la Creación. Toda y Única.

Este o así es el contexto donde la Creación, que empieza por ser VIDA o vida manifestada, tiene lugar. Ese es el origen (o génesis) de todo, también de tu vida o de la vida humana en general y su devenir. Y es necesario saber que ese inicio del que nadie es consciente, ese complejísimo contexto, es el que nos acoge al nacer: el Mundo Terrenal, ámbito de referencia  marcado por una cara de la moneda; es decir, por sus características específicas que la hacen ser dominante, singular y diferente a la otra, la cual permanece oculta pero activa. Un  hecho en absoluto casual, sino intencionado: con una finalidad,  como acabaremos descubriendo, asombrados, algún día…

En resumen, cabe decir que la vida humana (de todos) tiene un punto de partida: un escenario y unas premisas dadas, generalmente inconscientes, pero ineludibles; una base de “obligado cumplimiento” formada por arquetipos, por impulsos vivos -a menudo visibles en forma de creencias- investidos de poder creador de realidades…, y a veces, como contrapuestos a tus deseos y voluntad. Paradójica situación ésta, que nos remite a aquellas palabras del Apóstol Pablo: “Querer el bien está a mi alcance, más no el llevarlo a cabo…; y descubro en mí esta ley: que aún queriendo hacer el bien es el mal el que se me presenta”. Todos somos Pablo. Y lo somos por naturaleza, por nacimiento. Por Ley.

Ese es nuestro origen, el estado psíquico que sostiene nuestra actividad e inspira nuestro devenir; un estatus que indefectiblemente estará influenciado y muy probablemente condicionado por él. Y dicho estatus, es el referido de manera simbólica en el primer libro de cuantos conforman el canon de nuestra tradición: el Génesis, el relato de los “hechos primordiales” acontecidos mucho tiempo antes de que la Humanidad pudiera percibirlos, dada su limitada consciencia  (que es tanto como decir “antes de que tuvieran lugar”, como las profecías)  a modo de advertencia de lo que un día viviremos en persona. Como si uno mismo lo hubiese inaugurado en la Historia de los Hombres.

Bien, amigo/a. Sabe que todo lo que estás viviendo no ha nacido contigo, sino por ti. Que existe desde antes del tiempo, y ha estado esperando a que tú llegaras, para que actualices tu presencia en el Mundo Terrenal y concluyas la tarea última…; la cual, siendo de Dios al igual que el origen o principio, también  será vivida como inaugurada por ti.

Suenan campanas en esta hora del crepúsculo de la Humanidad, del tránsito intangible que media entre la cara de la moneda dominante (la aludida en el Génesis) y la otra por desvelar, aludida en el Apocalipsis con el nombre de Mundo Nuevo. Ahí estamos, con consciencia del tránsito o sin ella, pero estamos. Todos.

Todos y, además, ocupados en la tarea. Cada uno en lo suyo. En tajos y actividades diferentes, pero todas ajustadas al guión.

Llegados a este punto y creyendo intuir el “tajo” o equipo de trabajo del que formas parte tú, y sin otro ánimo ni intención que el  ayudarte a ver, te ofrezco compartir la siguiente reflexión acerca de nuestro origen y devenir,  tomando como referencia el relato del Génesis, leído de otro modo.

Empezamos. Date cuenta de esto: conforme al relato del Génesis  en el inicio de  la vida en el Paraíso,  “comer” de dicho árbol es la causa única (o sola)  de la que no obstante se derivan los dos resultados -tan distintos en apariencia- que encabezan el presente artículo: uno es la muerte, y el otro  ser como Dios, conocedores del bien y del mal. Es decir: si comes de él morirás, y si comes de él serás como Dios. O sea,  que  morir o  ser como Dios,  viene a ser  lo mismo; conceptos equivalentes, en  definitiva. Una “rareza” que hay que descifrar.

Bien, descorramos el velo…  Del contenido del texto bíblico  deducimos que “ser conocedores del bien y del mal” (una de las dos opciones, que significa “capacidad de discernimiento” y, por tanto, alusivo  de una elevada cualidad fruto de una elevada consciencia) equivale paradójicamente  a “morir”, que es la otra.  Así pues, y según mi criterio, la muerte aquí aludida  ha de ser interpretada en su dimensión simbólica, y no real; es decir, como de  “morir a un estado” de vida anterior marcado por la limitación,  inconsciente e incapaz  de  reconocer las partes de un todo, para nacer en otro donde las limitaciones no existen. Una expansión de la consciencia, en definitiva,  y una metanoia radical, equivalente a una  “muerte en vida” que  transforma  al ser humano ignorante, en otro lúcido y consciente de su semejanza a Dios. Un cambio de estatus, y no un pecado como se cree en nuestra Tradición. Date cuenta.

Pero hay algo más, un matiz esencial que confiere cualidad y significado al “nuevo estatus” surgido, expresado por el adverbio de comparación “como” contenido en la frase “… ( si coméis) seréis COMO Dios…” Es decir, COMPARABLES a Dios, que contiene implícita la idea de la SEPARACIÓN, pues solo dos cosas que estén separadas se pueden comparar…

Antes de este suceso, el ser humano emanado de Dios ya es de Su misma naturaleza: es  ÉL/ELLO (Dios) manifestado como tal, una Unidad. Pero este ser humano no se percibe así, no es consciente de serlo…Y dicho  estado de ignorancia constituye  su estatus, su posición, su vivir…, convertido en escenario  donde tiene lugar el relato del Génesis que nos ocupa: el Paraíso, donde Dios y ese ser humano ignorante conviven…, incluso si éste no lo percibe ni sabe.

Sitúate ahora en él y escucha aquellas palabras,  hoy  dirigidas a ti, en relación  a la existencia de un árbol, de su fruto y de su repercusión:

…  del árbol de la ciencia del bien y del mal no comas, porque el día que de él comieres, ciertamente morirás”. Y seguidamente, previendo  que sí comerás de él, el texto  se adelanta concretando en qué consiste exactamente el morir: “… se os  abrirán los ojos y seréis COMO Dios”, conocedores del bien y del mal”. Es decir, morir o estar muerto es “ser COMO Dios”. O sea: COMPARABLE,  y por tanto  SEPARADO de Dios, ausente de Su Reino”.

El relato, como es sabido,   concluye con la afirmación de que el ser humano “come” definitivamente del mencionado árbol, quedando así expuesto a las consecuencias ya mencionadas  más las añadidas por la religión oficial, que incorpora al mencionado símbolo la carga moral de pecado, la consiguiente expulsión del Paraíso y la condena para todos los venidos al Mundo en cualquier época posterior, los cuales nacerán ya con una impresión grabada en el alma. Una mancha llamada “pecado original”. Y, el conjunto de todo ello, de todo lo definido, compone UNA de las dos caras de la moneda completa que es la Vida.

Y en ella vivimos: en una realidad de “Mundo sin Dios”. Solos…, impresión ésta que, añadida a las consecuencias derivadas del ya mencionado “pecado original”,  abre la puerta a  la concepción de un Reino “sin rey” plagado de aspirantes a ocupar el trono vacío, de seres “endiosados”, de “Egos” individualistas radicalizados que harán de la convivencia una batalla; que es la versión más primitiva y  dolorosa de aquella  prevista cooperación.

Hoy, transcurrido mucho tiempo y mucho penar, nos sentimos con la visión más clara y un corazón rejuvenecido y confiado del que extraemos una primera y fundamental conclusión respecto a aquel viejo  punto de partida, o estatus inicial; hoy sentimos que la vida humana es el fruto o resultado derivado de aquel suceso metafísico y simbólico, y es su representación en tiempo real en el mundo físico,  que se inicia con  el  nacimiento personal. Y que éste, el nacimiento, es un  momento  cumbre de la vida, porque representa el haber accedido y “estar ya física y psicológicamente ubicado en el lugar de celebración real de la metáfora”.  Donde ésta se cumple totalmente, que es el vivir.  

Por tanto: ¿estás aquí? Entonces  sabe que estás en el punto de partida, en la fase de la vida condicionada por el poder de ese registro  del alma que llamamos “pecado original”; ubicado en esa cara de la moneda.  Es decir, interpretando  al “muerto” bíblico: aquel que se cree separado de Dios y en pecado; el que se siente bajo amenaza, el que tiembla y busca refugio en las promesas de cualquiera que se diga pastor…

Ahí estás ubicado, en la cara “penosa” de la moneda a la que dediqué artículos y reflexiones  anteriores bajo la etiqueta de “mala noticia”. Pero hay otra noticia “buena” y otra cara de la moneda que empiezas a conocer: no lo olvides, aunque te tiemblen las piernas. Y sabe que estás aquí (estamos) para darle la vuelta a la moneda y mostrar la cara oculta…

Un camino que no es más largo que el de tu vida, sino ajustado a ella, a su duración y circunstancias. Quiero decir que siempre estás a tiempo y en el lugar adecuado, porque aquello que buscas viaja contigo... (“Buscad el Reino de Dios, y el resto os vendrá por añadidura”, ¿recuerdas…?)

Habrá cosas que necesitarás en el viaje, mas no temas.  Confía: es simple avituallamiento que te será facilitado… La añadidura.

Llegado a ese nivel podrás contemplar ambas caras de la moneda y distinguirlas: “serás conocedor del bien y del mal”,  que es un atributo de Dios y ahora también tuyo; del “Padre Bueno”, como le llamaba Jesús, que no discrimina a favor de uno y condenando al otro, sino amándolos por igual a justos y pecadores. Y te sentirás  como nacido de nuevo y llamado a hacer algo que en este momento ni te imaginas por su magnitud…:

… protagonizar aquel  evangélico “Hágase en mí”…: Ser “LA MONEDA” completa, el Hombre Celestial, el Hijo de Dios o Dios-Hijo, que así se denominan los llamados a habitar el Mundo Nuevo que empieza a nacer…

Darle vida en ti. Y ayudar al “otro” para que también lo haga, es la tarea.

Félix Gracia (Septiembre 2022)

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