La Doctrina de la Comunidad
Sustituyeron el antiguo sentido de la Alianza que ligaba a todo el pueblo con Dios como si fuese una sola persona, por el pacto individual que comprometía a la transformación interna. Se sintieron portadores de la semilla de Dios y conocedores de la vía para hacerla crecer. Se reconocieron firmes como la roca y humildes como el que nada tiene por sí mismo. Fueron pobres y compartieron cuanto tenían; predicaron la observancia de la Ley y consideraron toda su existencia como una ofrenda a la Divinidad. Vivieron en el desierto e impregnaron su época de espiritualidad. Practicaron el amor y la paz y. sin embargo, sufrieron la tortura y la muerte violenta. Así fueron los Esenios.
No sabría decir cuándo se registró en mi memoria el nombre Esenio por vez primera, pero fue hace ya mucho tiempo y sin que viniese acompañado por ninguna referencia concreta hacia la secta. Oí el nombre, sin más, y sentí el impacto. Algo se movió dentro de mí sin que ni entonces ni aún ahora sepa explicarlo. Desde aquel momento, un velo de misterio y de romanticismo ha envuelto esa desconocida historia hacia la que, sin embargo, siempre he experimentado una gran ternura.
Por eso, aquel viaje hasta Qumram, a orillas del Mar Muerto, representaba para mí mucho más que el encuentro con el lugar: yo abrigaba la esperanza de poder beber de la fuente arquetípica en el recuerdo inmanente de aquel espacio, y penetrar así en otro tiempo.
El viaje desde Jerusalem hasta la depresión del Mar Muerto, atravesando el Desierto de Judea, fue en sí mismo un viaje en el tiempo. Y no en términos alegóricos, sino real. Aquellos cuarenta y tantos kilómetros que separan ambos lugares, parecen transportar a uno más allá del tiempo y de la historia hacia emociones desconocidas, sin precedentes, sin referencias previas… Jericó, el Mar Muerto, Qumram o Masada ya no son lugares, sino arquetipos vivos que se perciben apenas se pisan sus arenas.
Cuando descendimos del autobús tuve la impresión de hallarme en un lugar sagrado, impresionante en su extrema desnudez. Reinaba un respetuoso silencio como si fuese el interior de un templo, y apenas se escuchaba la voz del guía diciendo: “… Y estas ruinas que ustedes ven , consideradas hasta hace unos años como pertenecientes a una fortaleza romana, han sido reconocidas oficialmente como el Monasterio de los Esenios, anteriores y contemporáneos a Jesús. Aquí fueron escritos los pergaminos que se exhiben en el Monasterio del Libro, en Jerusalem, y guardados en aquellas cuevas que tienen enfrente -dijo extendiendo el brazo hacia las montañas- cuando se aproximaban las legiones romanas que mandaba el general Vespasiano, un caluroso día del año 68 d.C.”.
La Nueva Alianza
Mas, ¿quiénes eran los Esenios? ¿Qué tipo de doctrina practicaban y qué les condujo a la soledad del desierto?
La historia del pueblo judío está marcada por el signo de la alianza con la Divinidad. Cada momento de su vida ha estado inspirado por un acuerdo que liga a todo el pueblo con Dios. El pacto con Noé prometía no provocar ningún otro Diluvio a cambio de que sus descendientes respetaran la vida humana y no vertieran la sangre de sus hermanos; mandato que se extendía igualmente hasta los animales en la prohibición expresa de comer la carne con la vida aún en ella, que es la sangre (Génesis, 9) A Abraham Dios le prometió tener una descendencia tan abundante como las estrellas en el cielo, a cambio de llevar una vida perfecta y de que la señal de la alianza fuese grabada en sus descendientes por medio del acto de la circuncisión. Y a Moisés se le ofreció el rango de “Pueblo Elegido”, a cambio de que cumpliese con los preceptos de la Torah, o Ley. Pero si bien la historia está marcada por el signo de la Alianza, no lo está menos por su constante violación. La indignidad humana y la ingratitud han sido y son son la respuesta a la confianza de Dios a su Pueblo, tan solo mantenida y renovada en sucesivas alianzas por un puñado de personas justas, que “salvaban” a cada generación posterior.
Algunos Reyes Santos, como David y Josías, convencieron a su pueblo de la necesidad de conmemorar la Alianza establecida con Dios mediante la celebración de un acto general de arrepentimiento y la declaración solemne de reafirmación de la misma. Pero tales propósitos tenían corta vida y enseguida la transgresión del acuerdo invalidaba las grandes declaraciones de principios, meramente gestuales.
En ese contexto social surgió, seis siglos antes de Cristo, una nueva Alianza no basada en el pacto global con el Pueblo, sino en la transformación individual de cada ser. Giro trascendental en la relación de Dios con el Hombre consistente en el establecimiento de su Naturaleza o SER en el interior de cada ser humano, según recogen estas palabras del profeta Jeremías: “He aquí que vienen días en que yo haré alianza con la casa de Israel y la casa de Judá, no como la que hice con sus padres, pues ellos quebraron mi alianza y Yo los rechacé. Porque esta será la alianza que yo haré con la casa de Israel después de aquellos días: Yo pondré mi Ley en su interior y la escribiré en su corazón, y seré su Dios y ellos serán mi Pueblo” (Jeremías 31,31).
Y fue este nuevo sentido de la relación del Hombre con el Cielo, el que inspiró la Doctrina básica de la Comunidad Esenia. Podían haber permanecido en las ciudades al igual que hicieron otros igualmente sensibles, pero su celo interpretativo de la Bíblia y en particular de las palabras de Jeremías antes señaladas, les condujo al desierto… En su sentir, Dios se hallaba en el silencio, en la soledad, en la pobreza y en la fraternidad. Y allí había de ser buscado.
Esenio no es cualquiera
Según se deduce de los textos hallados en Qumran, la Comunidad llegó a contar con unos cuatro mil miembros, aunque la mayoría de ellos no habitaron en el espacio selecto del Monasterio, sino que permanecieron en sus ciudades o campamentos en medio de la sociedad común. Solo una minoría, entre doscientos y trescientos, vivió en el asentamiento de Qumran constituyendo el grupo de esforzados ascetas, y el corazón del esenismo.
En el espíritu del Antiguo Testamento, todo miembro del pueblo de Israel pasaba a serlo también de la Alianza suscrita con Dios. Bastaba nacer en el seno del pueblo para participar de la alianza, sin ningún otro requisito. De este modo, todo judío era un ser elegido. Pero ser esenio era otra cosa. Para los miembros de la Comunidad de Qumran, esa idea de la alianza era excesivamente generosa y creían, por el contrario, que únicamente los iniciados en la Nueva Alianza podían considerarse elegidos; es decir, aquellos que sienten la semilla de Dios dentro de sí y el compromiso de hacerla crecer mediante el trabajo personal. El judío ingresaba en la congregación de los elegidos por el mero hecho de nacer en el seno del pueblo de Israel y ser posteriormente circuncidado. En cambio, el esenio ingresaba en la Comunidad en virtud de su propia decisión una vez cumplidos los veinte años y tras superar numerosas pruebas que se alargaban durante dos o tres años.
El aspirante a miembro de la Comunidad había de presentarse al llamado Guardian durante una sesión de la Congregación, para ser examinados sus antecedentes. Si tras este primer análisis era considerado digno, se le tomaba promesa solemne de seguir fielmente la Torah, y quedaba incorporado a la alianza. En ese instante, todos los bienes del aspirante eran depositados ante el Tesorero de la Comunidad, aunque aún no pasaban a formar parte de la misma: un curso de preparación no inferior a dos años y la superación de un examen final, determinarían si el aspirante era definitivamente digno de pertenecer al grupo de los puros. Durante ese espacio de tiempo, el novicio -considerado todavía impuro- no podía tocar los objetos sagrados de la Comunidad ni los utilizados en la cocina, y mucho menos aún los alimentos y los líquidos por su mayor riesgo de contaminación. El largo y duro camino de acceso a la Comunidad constaba de dos etapas esenciales. En la primera, el aspirante era admitido como miembro de la alianza -de la nueva alianza- comenzando el mencionado curso de preparación y, superado este, era admitido como miembro de la Congregación en su rango inferior pero con derecho a intervenir con su opinión en las asambleas. Alcanzada esta segunda etapa, los bienes del novicio eran definitivamente incorporados a los de la Comunidad y, por tanto, de uso común.
La Casa segura
El novicio convertido en miembro de la secta, creía firmemente haber accedido a la Casa de Dios. Pertenecer a la sagrada Comunidad de los ascetas de Qumran no tenía nada que ver con prestigio social ni con distintivos de raza. Era algo mucho más trascendente que todo ello. Era vivir en el seno de la Divinidad. Por esa razón, los manuscritos están repletos de alusiones metafóricas que contienen la idea de protección y seguridad cuando se refieren a la Secta. “Casa de Santidad” “Casa de Perfección y Verdad” o “Casa Segura”, son algunas de las expresiones utilizadas para referirse a la Comunidad que “se cimenta sobre la Ley”, en un sentido que nos recuerda el símil utilizado por Jesús cuando habla de la casa construida sobre roca y no sobre arena: “Me apoyaré en tu verdad -dice el texto esenio- Oh Dios mío, pues tú asentarás el cimiento en la roca, y las paredes con la cinta de medir de la justicia y las piedras probadas las pondrás según la plomada de la verdad, para construir un muro poderoso que no se moverá, y ningún hombre que entre allí se tambaleará”. Palabras -como digo- que recuerdan a las de Jesús: “Aquel que escucha mis palabras y las pone en obra, será como el varón prudente que edifica su casa sobre roca. Cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y dieron sobre la casa, pero no cayó porque estaba fundada sobre la roca” (Mateo 7,24).
Selectos y humildes
La firme creencia de los esenios respecto a la naturaleza divina de la Comunidad, de la que se derivaba toda idea de seguridad, de firmeza y de protección, se extendía igualmente hasta ellos mismos, quienes se consideraban ungidos y portadores de esa misma firmeza, así expresada en uno de sus himnos: “Tú me has hecho torre firme como un alto muro, y has asentado en roca mi morada. Tengo por apoyo cimientos eternos, y mis murallas, todas, son muro probado que no vacilará”.
Los esenios tenían una convicción absoluta sobre dos hechos fundamentales que daban contenido a sus vidas: el pacto individual con Dios, traducido en el sentido de la llamada Nueva Alianza -que implica la transformación interna del hombre- y el conocimiento del camino que conduce a dicha transformación. Tales convicciones, llevadas al límite en su observancia, podrían ser causa de una disposición arrogante y de superioridad respecto a sus semejantes, pero la lectura de los manuscritos disipa cualquier duda en ese sentido; los maestros espirituales de la Comunidad intuyeron ese peligro y, entre los Himnos y los Salmos de la Congregación es fácil encontrar referencias precisas que revelan la extrema fragilidad del miembro de la orden y su total dependencia de Dios, como esta: “Siendo barro y polvo, qué puedo idear yo si Tú no lo quisieras, y qué tramar si no lo deseas Tú…¿Qué fuerza tendré yo si Tú no me sostienes; y cómo entenderé sin el espíritu que Tú plasmaste en mí?”
El esenio no solo reconocía que su permanencia en el seno de la Ley dependía de Dios, sino que incluso el conocimiento de la misma era otro don divino. Por ello, escribieron unos maravillosos Himnos donde se refleja su profundo agradecimiento y su auténtica religiosidad, como en este: “Tú me sustentaste con verdad segura. Tú me deleitaste con tu Santo Espíritu y abriste mi corazón hasta este día… Hasta la vejez me ampararás, pues padre eres Tú para todos los hijos de tu verdad. Y como mujer que tiernamente ama a su pequeño, así con ellos te regocijas Tú. Y como nodriza que lleva un niño en su regazo, así cuidas Tú de todas tus criaturas”.
Célibes o casados
La lectura de los textos hallados en en Qumran referidos a la propia Comunidad pone de manifiesto la incongruencia de la posible existencia de mujeres en ella. Las reglas de la Comunidad y otros escritos dan idea de una sociedad estrictamente masculina en la que incluso se ordenaba “no ir tras un corazón pecaminoso y unos ojos lascivos” -literalmente- La propia palabra “mujer” no aparece en los textos de Qumran salvo en una sola ocasión en el último de los Himnos y en el contexto de esta frase: “como nacido de mujer”, que está muy lejos de cualquier sospecha. Sin embargo, el hecho de haberse encontrado en alguna de las veintiséis tumbas excavadas en el cementerio esenio, huesos femeninos y otros pertenecientes a niños, hizo pensar a algunos investigadores que los miembros de la Comunidad pudiesen haber convivido con mujeres. No obstante, el hallazgo e interpretación de otros manuscritos sacó a la luz la organización social de la Comunidad integrada no solo por el colectivo del desierto, sino también por una numerosa población que, participando de la esencia espiritual Esenia, vivía en el seno de los campamentos y de las poblaciones en régimen familiar, como era el caso de Juan el Bautista y otros familiares de Jesús. Dicho colectivo de personas, menos estrictos en la observancia de la Ley, se distinguían notablemente del resto de la sociedad, con la que mantenían los contactos imprescindibles. La Regla de Damasco y la Regla de la Guerra transmiten una amplia referencia de ellos señalando que educaban a sus hijos separadamente y se permitía su matrimonio alcanzada la edad de veinte años, edad a la que se conoce “el bien y el mal”. Pero hasta los veinticinco no se les permitía trabajar para la Congregación y habían de cumplir los treinta para poder participar en las asambleas. La “perfección en la conducta y el entendimiento” eran las claves para la asignación de responsabilidades y honores, que disminuían según envejecían.
Unidos en el Espíritu
Al igual que en Qumran, la autoridad en los Campamentos era ejercida por el mebaqqer, o Guardian, auténtico Maestro de la Comunidad. Pero los contenidos de la Regla de Damasco y la Regla de la Guerra, ponen claramente de manifiesto que se trata de normas para una comunidad no monástica, aunque no por ello carentes de rigor y severidad, como muestra el conjunto de normas relativas al sábado. En ellas se dictamina que: “en el sexto día, desde el momento en que la esfera del sol dista en toda su anchura del camino donde se hunde, todo miembro de la secta deberá no solo abstenerse de trabajar, sino incluso hablar del trabajo”. Ningún negocio debía interrumpir el reposo sabático. No se podía cocinar, ni coger la fruta de los campos, ni llevar a un niño en brazos, ni barrer el polvo de la casa, ni ponerse perfumes, ni auxiliar a las reses en sus partos, ni sacar agua del pozo, ni alejarse de la casa más de mil codos… Pero autorizaba, en cambio, a salvar a una persona del agua o del fuego mediante una escalera o cuerda.
La transgresión del precepto sabático era igualmente castigado en las Comunidades no monásticas, aunque no con la expulsión de la Congregación como sucedía en Qumran, sino con siete años de cárcel. Parecido rigor se observa en determinadas reglas relativas a la alimentación: “Nadie ha de ensuciarse comiendo una criatura viva o una cosa que se arrastra, desde las larvas de las abejas a todas las criaturas que reptan en el agua”. Así como en la relación con las personas no pertenecientes a la Comunidad, llamadas “hombres del foso”.
No era menor la exigencia para la incorporación de nuevos miembros, ya que según consta en al Regla Mesiánica, el ingreso en la orden constituye la culminación de toda la infancia y la juventud dedicadas al estudio: “Le instruirán desde su juventud en el Libro de la Meditación y le enseñarán según la edad los preceptos de la Alianza. Será educado en sus reglas durante diez años. A los veinte años de edad se le admitirá para que pueda asumir las obligaciones asignadas y unirse a la Santa Congregación”.
Son muchas las similitudes entre la Comunidad monástica de Qumran y las existentes en Campamentos y ciudades. Ambas estaban regidas por el Maestro o Guardian denominado mebaqqer. Ambas se consideraban representantes del verdadero pueblo de Israel -el de la Nueva Alianza- y también siguen el mismo calendario litúrgico particular que las diferencia del resto del pueblo judío.
Pero no todo son coincidencias entre ellas, pues, mientras en la Comunidad de Qumran se practicaba el comunismo de bienes absoluto con la incorporación de los bienes personales a la congregación tras ser admitido, en las comunidades externas se mantenía la independencia y particularidad de los bienes, sustituida por el compromiso de que todos los miembros capaces entregasen el sueldo de dos días al mes a una bolsa común cuyo propósito era ayudar a los necesitados.
Tras el estudio de una y otra, la idea compartida por todos los investigadores es que no se trataba de dos, sino de un solo movimiento religioso con dos ramas, entre los cuales existió una estrecha vinculación y ninguna rivalidad.
Casi cuarenta años de estudio de los Manuscritos de Qumran, han permitido recomponer la historia y doctrina de la Orden Esenia y, aunque todavía con algunas lagunas, se sabe que no hubo separación entre ambas ramas. El análisis comparativo entre la Regla de la Comunidad y la Regla de Damasco en lo relativo a la figura del mebaqqer, o Maestro, permite llegar a una conclusión categórica: que no existió un mebaqqer para la Comunidad Monástica y otro o varios para las comunidades o los campamentos externos, sino un único Maestro para todas las comunidades que, además, era el residente en Qumran. Todos los esenios, fuesen ascetas en el desierto o vecinos de una población, participaban de la misma fe y obedecían al mismo Maestro.
Qumran, a orillas del Mar Muerto, era el centro neurálgico de ese movimiento espiritual adonde se dirigían al menos una vez al año todas las colectividades dispersas por campamentos y pueblos, para celebrar la gran fiesta de la Renovación de la Alianza. Varios millares de personas consagradas en el acto más identificativo de la Comunidad, y agrupamiento masivo que, a juicio de los investigadores, explica también la presencia de esqueletos de mujeres y niños traídos y enterrados junto al cementerio de los célibes.
El Culto
El esenio no establecía separación entre las cosas del cielo y las de la tierra. De ese modo, la liturgia terrenal no era otra cosa que una réplica humana de la practicada por los ángeles celestiales, que se supone perfecta. Así, la idea del rigor y la precisión en el culto se introduce en la doctrina esenia con enorme fuerza. Los actos rituales debían ser ejecutados correctamente y a las horas precisas, según recoge la Regla de la Comunidad: “No se llegará anticipadamente ni con retraso a ninguna de sus horas marcadas, no habrá desviación ni a derecha ni izquierda de sus justos preceptos”.
Este rigor en la precisión del tiempo esenio difícilmente podía encontrar satisfacción dentro del esquema cronológico judío que se establecía sobre el mes lunar y el año de 354 días, sin ninguna correspondencia con los periodos estacionales ni con los solsticios ni equinoccios. La Comunidad de Qumran rechazó este sistema artificial incorporando otro múltiplo de siete que constaba de 364 días, o cincuenta y dos semanas. Todos los meses eran de treinta días y cada estación constata de tres meses, más un día llamado de “rememoración”. De esta manera, las estaciones y el año siempre empezaban por el mismo día, que en la cultura esenia era el miércoles.
No se sabe cómo resolvieron los esenios la diferencia con el cómputo exacto de 365 días, 5 horas, 48 minutos y 48 segundos, ni tampoco si conocían tal diferencia. Este calendario se dividía igualmente en siete periodos, estando cada uno de ellos marcado por una fiesta, como la Fiesta del Aceite, la del Trigo Nuevo…, y otras. Más la ya mencionada y solemne Fiesta de la Renovación de la Alianza.
La particularidad de los esenios respecto al culto iba más allá de la exigencia de una formalidad y puntualidad exquisitas y, frente a algunos ritos comunes con el resto del pueblo judío, incorporaban los suyos propios. Practicaban la circuncisión y una estricta vigilancia respecto a los alimentos y la higiene corporal. El esenio se daba un baño ritual dos veces al día antes de las comidas y jamás ingería alimentos preparados por personas ajenas a la Comunidad. Su creencia en la correspondencia entre la pureza de espíritu y la del cuerpo le mantenía en permanente vigilia en beneficio del uno como del otro, sabiendo que según expresa uno de sus Salmos: “la verdadera purificación viene del espíritu de santidad, y la verdadera limpieza del humilde sometimiento del alma a los preceptos de Dios”. Para ellos, la sede de la Comunidad de Qumran debía ser la “morada más santa”, donde ascendería hacia Dios la plegaria convertida en digna fragancia. No debía existir otro sacrificio que el de la propia vida de la Comunidad ofrecida para la expiación de los pecados de todo el pueblo judío.
Esta firme creencia daba cuerpo a la mayor de sus fiestas: la de Renovación de la Alianza, celebrada una vez por año con asistencia de todos los miembros, fuesen residentes en Qumran o en aldeas y campamentos. En ella, los sacerdotes hacían una confesión pública de los pecados de la Comunidad, al que seguía un acto de arrepentimiento colectivo: “¡Nos hemos extraviado y hemos desobedecido! Nosotros y nuestros padres antes, hemos pecado y obrado inicuamente al ir en contra de los preceptos de verdad y rectitud. Y Dios nos ha juzgado y ha juzgado también a nuestros padres, pero derramó sobre nosotros su misericordia generosa por los siglos de los siglos”.
La Tragedia
No fue fácil la vida de los Esenios, y no precisamente porque toda ella estuviese impregnada de renuncias y austeridad. El sacrificio aparente de una vida ascética no es tal, cuando el ascetismo se adopta como forma de vida. Puede parecerlo a un observador ajeno, pero el asceta no lo siente como dolor ni limitación. No, el dolor de los Esenios fue de otra naturaleza.
Los Manuscritos que han permitido reconstruir la historia de los Esenios, no ofrecen, sin embargo, ninguna clave que permita identificar al fundador de la Orden, El llamado Maestro de Rectitud figura como primer guía espiritual de la Comunidad y, con toda probabilidad, también fue su creador. Pero nada se dice que pueda ser relacionado con algún personaje real. En cambio, está muy clara la referencia a su “enemigo”, llamado indistintamente el “Mentiroso”, el “Burlador”, el “Vomitador de mentiras”, y también el “Sacerdote inicuo”. Hombre éste de elevada reputación social aún antes de ser nombrado Sacerdote, que venció a sus enemigos, reconstruyó la ciudad de Jerusalem y, finalmente, fue capturado y dado muerte por un extranjero. Estas y otras referencias han permitido a los historiadores determinar que el “Sacerdote inicuo” fue Jonatan el Macabeo, quien sucedió a Judas el Zelote, en el año 161 a.c. y acaudilló una facción arrastrada por su vigor contra el Maestro de Rectitud y sus seguidores. Estos rehuyeron el enfrentamiento y se refugiaron en Qumran, donde poco tiempo después y aprovechando que era el día santo -sábado- el “Sacerdote inicuo” irrumpió en el santo lugar dando muerte al Maestro de Rectitud y a cuantos se interpusieron en su camino. Aquella fue la primera sangre esenia derramada apenas iniciado el retiro al desierto, y surgida como negro presagio del destino de la Orden…
Alrededor de doscientos años después y tras haber superado la destrucción del Monasterio por causa de un terremoto, la Comunidad se vio asaltada por las legiones de Roma que mandaban Tito y Vespasiano. Hubo tiempo para esconder en las cuevas próximas la abundante biblioteca de Qumran, pero no lo hubo, o no quisieron que lo hubiera para protegerse ellos mismos. Los legionarios, creyéndose ante una facción rebelde a Roma, sometieron a tortura y muerte a todos los habitantes del santo lugar. Josefo, historiador de la época, relata el final de los hombres más puros del esenismo: “Ni el potro, ni el fuego, ni ningún otro instrumento de tortura lograron inducirles a abjurar de su legislador o a comer alimentos prohibidos. Se negaron a someterse a estas dos exigencias y no se rebajaron ni una sola vez a adular a sus perseguidores ni derramaron una lágrima. Sonriendo en medio de los tormentos y burlándose apaciblemente de sus torturadores, entregaron animosos la vida seguros de que volverían a recibirla”
El viento contuvo el grito desgarrador ante la masacre, y las aguas saladas de aquel mar -el más hundido de la Tierra- se retiraron de la orilla dolorida.
Ni un solo epitafio. Sucedió un caluroso día de Junio en el año 68 d.C.
Félix Gracia (Artículo publicado en la revista MÁS ALLÁ y CONCIENCIA PLANETARIA en Octubre de 1990) y Recuerdos de mí.
P.D. Con este tercer Artículo, doy por concluido el Tema: LOS ESENIOS, ascetas del desierto.