...que heredarán la Tierra

Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mateo 11, 29)

Manso, según la RAE, es un individuo  sosegado, tranquilo y apacible que no ataca ni actúa con agresividad, reposado y benigno; radiografía psíquica de un perfil raro, atípico: un  “extraterrestre” (simbólico y no literal) por comparación con el resto, el cual no refleja a la sociedad actual intolerante,  violenta y dañina, por lo que dadas sus considerables diferencias, el título de mi artículo y mi intención, más bien parece aludir a una deseable conquista evolutiva que se anuncia recompensada con una  herencia ad hoc, con una suerte de “tierra prometida”,  como registran algunos mitos y metáforas de la vida, al estilo del Éxodo del pueblo judío, aún si no aluden a la mansedumbre como necesaria virtud.

El manso es un anacronismo, una criatura de otra época, de otro “pueblo” o de otro mundo. El “manso” es un rara avis, un personaje extraño  comparado con el resto del pueblo,  invocado por Jesús una tarde a orillas del Lago Tiberiades ante un auditorio de paisanos suyos  mental y psicológicamente instalados en la época y la fe de sus antepasados: la del “pecado original”, la culpa y el castigo que inspiró la Antigua Alianza; en tanto que Jesús era fruto de la Nueva Ley: un galileo diferente, como de otro planeta entre aquel auditorio de personas atrapadas en la idea del pecado, la culpa y el inmerecimiento.

La ladera de aquel monte orientada hacia el amanecer, aún conserva  el sonido de aquellas palabras dos mil años después, y quién sabe si por siempre: “Bienaventurados los mansos (dijo el carpintero de Nazareth ante sus atónitos paisanos) porque ellos poseerán en herencia la tierra”. (Mateo 5,4)

Los mansos… dijo él. ¿Los  pacíficos y cobardes?  creyó escuchar aquel atónito auditorio, por  contraste con su mentalidad e historial de luchas, que tenía por modelo a Josué, el bíblico conquistador de la Tierra Prometida, a sangre y cuchillo   en obediencia a Yahveh.  Nadie entendió a Jesús, que entonces era llamado Yeshuah.

He visitado y recorrido con frecuencia aquellas tierras; a veces acompañado y otras, solo. Nunca como turista, y sí buscando las huellas de  aquel simbólico y entrañable “mirlo blanco”, como quien busca a un familiar o colega de la misma cuerda, no reconocido ni escuchado ni comprendido  por los suyos, para decirle que hoy sí le comprendemos y nos sentimos suyos, parecidos a él…, y hasta de su sangre y familia, que está  compuesta por niños grandes, en un mundo de adultos incapaces de oír.

Y en aquel lugar, hoy llamado Monte de las Bienaventuranzas, he creído percibir su emoción, escuchar sus palabras y sentirlas en mí. Reforzadas por aquellas otras referidas a sí mismo: “Aprended de mí, que soy manso”. Y le he reconocido manso y compasivo que complementa con sus palabras el rigor de la Torah. Doctrina difícil de cumplir para muchos, pero a quienes él les abre  una puerta con su sentir, su  palabra y su ofrecimiento.

¿Qué es ser manso? ¿Es reunir un conjunto de cualidades como indica el Diccionario de la RAE,  o se trata de un excelso atributo, de una altísima dignidad y poder? ¿Qué hace de Jesús “el  manso”, y qué nos falta aprender a nosotros: presuntos desheredados, peregrinos sin rumbo por el desierto de la vida que sueñan con una “tierra prometida”?

Esta es la gran cuestión.  Y, resolverla, tal vez sea el propósito fundamental de la vida de muchos,  cristianos o no, que anhelan otra modalidad de vida;  un Mundo Nuevo, evocador del Reino de Dios en la Tierra…

Por eso y ante la magnitud de sus implicaciones, no caben consejos ni paños calientes por respuesta, sino la contundencia de los hechos. Y eso implica SER de un modo concreto y serlo de verdad. Sin peros.

Sí, estoy hablando de Jesús, acercándonos a él como el sediento a la fuente… Sin prejuicios ni fanatismo, por pura  corazonada, que es la mayor certeza del alma. Y lo hago, en línea con otros artículos míos anteriores entre los que destaco estos tres más recientes: “SIN PECADO NI CULPA”; “CÓMO, O QUÉ ES DIOS” y  “JESÚS, NOSOTROS y la consumación del Mundo”, cuya lectura recomiendo y de los que recupero unos fragmentos indicativos de qué o quién es ese Jesús que ahora se dice: MANSO.

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Esto que sigue, escribí, y siento en relación a él:

“Transcurría el tiempo del Exilio en Babilonia (siglo VI a.de C.) cuando se estableció esta nueva Alianza, o Ley, en sustitución de la antigua inspirada en el “pecado original”, y quedando reflejada como tal en el libro llamado Deuteronomio (literalmente: “segunda Ley”) en  cuya redacción fue sustituido el antiguo  término “yob” (que significa:vivir o habitar Dios entre ellos, como un miembro más) por el nuevo concepto “shakan” (que es: vivir Dios la vida que viven ellos, ubicado en su interior). Verbo éste (“shakan”) esencial, del que se deriva el sustantivo “Shekinah”, que significa “Presencia”. La existencia invisible pero real de Dios en cada ser, viviendo una vida común con él. Como una suerte de acuerdo tácito en torno a una sola y única voluntad, un solo y único Ser: Alianza que hace del hombre (mujer o varón) una manifestación de Dios. O Dios mismo, con forma humana.

“Solo quien así lo ha hecho puede decir en verdad que “El Padre (Dios) y yo somos Uno, o el mismo”, y ese es: el Jesús/Yeshuah que ha suscrito la Nueva Alianza y se siente habitado por la Presencia.

“Es decir, un cambio radical: el nuevo “zeit-geist” o la Nueva Alianza. El  Advaita, la NO DUALIDAD impresa en el código genético de nuestras células y en el Alma, o Código Espiritual. La Verdad de nosotros mismos, de lo que somos y en cuyo desvelamiento andamos: Dios y Hombre como una Unidad. Y su referente humano más esencial, que fue y que  es: JESÚS, el entonces llamado Yeshuah, nombre derivado de Yahvéh (Dios), cuyo significado es “Consciente de ser Dios”. Nombre pues premonitorio, profético, asignado a quien daría testimonio de serlo con su vida. Y le confiere autoridad moral para decir de sí mismo: “Yo soy el camino (…) quien me ha visto a mí, ha visto al Padre (Dios) que me ha enviado (…) el Padre (Dios) y yo somos UNO, o el mismo”… Frases que el “hielo, el  vapor o el líquido”, que son estados del agua,  podrían decir de sí mismos en relación al agua, ¿comprendes? Pues así eres tú y lo somos todos, al margen de si somos conscientes de ello: un “estado” de Dios, o Dios mismo.

“Solo una minoría, conocidos  como los “tanaím o tanaítas” asumieron la nueva Ley, la de Dios Presente y vivo en el corazón del hombre viviendo la vida en común… Solo unos pocos, de entre los cuales y tiempo después surgió uno llamado Yeshuah ben Yeosheph (Yeshuah, hijo de José) luego llamado Jesús”.

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Pues bien: ser así, o SER esto, es ser el MANSO. Dios hecho Hombre y el Hombre hecho Dios: el UNO,  manifestado y consciente. El prototipo humano  nacido de la Nueva Alianza, inocente o limpio de corazón  llamado a poblar la Tierra, del que Jesús es referente y servidor:

Aprended de mí, que soy manso”, decía sobre sí; declaración equivalente a: “Tomad de mí, hacedme vuestro”, que es la intención que subyace en el sacramento de la Eucaristía. Ritual  bienintencionado y eficaz sin duda, pero insuficiente, pues nada puede sustituir a la decisión firme de SER  en él y como él: miembro de esa minoría humana que se sabe manifestación de Dios, al igual que los demás también lo son, aun si lo ignoran. Y, en consecuencia, siendo todos formas sagradas de ÉL: realidad espiritual que hace de  los “otros” partes de uno mismo, propias,  proyectadas para ser vistas sobre ellos, que se convierten así en espejos: el prójimo o  próximos, como referentes externos de uno mismo;  dignos de ser reconocidos, aceptados, atendidos y no dañados, que es la manera más simple de amar y la primera actitud del manso.

Vuelven a sonar en mi alma, aquellas palabras de Jesús que inauguraron un nuevo tiempo y lugar con dos mil años de anticipación: “Bienaventurados los mansos porque ellos poseerán en herencia la Tierra”. Y  siento que, con ellas, toda la Tierra, nuestro pueblo, nuestra casa y nosotros, se tornan hoy en el  Monte de las Bienaventuranzas: el LUGAR. Y este tiempo presente: en el DÍA SEXTO de la Creación: la del Hombre, inocente y limpio de Corazón. El Manso, heredero de la Tierra, o la Humanidad Naciente.

Y vio Dios ser muy bueno cuanto había hecho, y hubo tarde y mañana, día sexto” (Génesis 1, 31)

Félix Gracia (Junio 2023)

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