En los Manuscritos hallados en Qumran, existe todo un cuerpo de doctrina sobre la concepción esenia de la vida, desde los modelos básicos para organizar la existencia cotidiana, hasta las esperanzas escatológicas que prometen la llegada de un Mesías Salvador. Y aunque en dichos manuscritos no se recoge nada relativo a la vida de Jesús, sí en cambio hubo esenios que lo conocieron y que escucharon sus enseñanzas, en relación a las cuales recogieron y legaron a la humanidad un valioso e ignorado testimonio.
Primavera de 1947. Muhammad ed-Dhib, joven pastor perteneciente a la tribu de Ta-amireh, cuidaba de sus cabras en las laderas de los Montes de Judea cuando todavía aquellos lugares estaban bajo el mandato británico. Aquel día, probablemente no se distinguía de los demás en la monótona actividad de Muhammad. Ni siquiera el hecho de que se extraviase una de sus cabras pudo marcar alguna diferencia, por habitual. Sin embargo, esta cabra distraída propició la más espectacular aventura que jamás hubiese imaginado el joven beduino. Una cueva que contenía vasijas, contenedoras a su vez de manuscritos antiguos, apareció ante él cuando buscaba al animal. Vasijas de todos los tamaños -muchas de ellas intactas- convertidas en cofres de un tesoro que el propio Muhammad no podía imaginar.
W.F. Albright, el más prestigioso arqueólogo de la época, no dudó en calificarlo como “el hallazgo de manuscritos más importante de los tiempos modernos”, iniciándose un proceso de intensa investigación del lugar y de otros cercanos a Qumran, que acabarían sacando a la luz vestigios de una época datada 2.000 años atrás.
Los Manuscritos de Cairo Geniza
La arqueología ha desenterrado importantísimos testimonios de culturas remotas que nos han permitido conocer nuestra larga Historia. Alguno de ellos, de gran importancia, como las tabletas de arcilla conteniendo una escritura alfabética cuneiforme descubiertas en el año 1929 en Ras Shamra, en el antiguo Ugarit sirio, que ayudaron a entender el lenguaje hebreo primitivo y ciertos pasajes del Antiguo Testamento. U otros aún más celebrados como el Depósito de Cairo Geniza, integrado por más de 100.000 textos hebreos, arameos, griegos y arábigos que permitieron conocer mejor la cultura de los países mediterráneos e interpretar la Bíblia.
Sin embargo, ningún hallazgo ha gozado de tanta atención ni ha sido tan difundido como los de Qumran, llamados Manuscritos del Mar Muerto por encontrarse en sus orillas. ¿Qué puede explicar tan considerable impacto de tales manuscritos? Probablemente un solo hecho: que se trata de escritos bíblicos -o muy relacionados con la Biblia- y, además, hallados en la propia tierra de la Biblia, en Tierra Santa; dos condiciones que otros descubrimientos no cumplen.
Los beduinos de Ta-amireh no podían siquiera imaginar el valor de lo hallado, pero lo intuyeron, sin duda, porque los trataron como tales, y antes de finalizar 1947, el tema trascendió a la sociedad por medio de Eleazer L. Sukenik, profesor de arqueología en la Universidad Hebrea, quien confirmó la naturaleza y autenticidad de los documentos. Los beduinos intentaron mantener el lugar en secreto, pero todo fue en vano pues a principios de 1949 y a instancias del Cuerpo de Observadores de la ONU, miembros de la Legión Árabe de Jordania, iniciaron la búsqueda que acabaría descubriendo el emplazamiento y la inmediata asignación de la investigación a dos arqueólogos eminentes: G.L.Harding, Director del Departamento de Antigüedades de Amán, y Roland de Vaux, Director de la Escuela Biblica y Arqueológica Francesa con sede en Jerusalén.
Desde Bar Kojba hasta Masada
Paralela a la investigación oficial y aunque de manera fraudulenta, continuó la actividad de los beduinos, más ágiles y conocedores del terreno, quienes llegaron a ofrecer en venta al propio De Vaux, manuscritos hallados por ellos en otra cueva localizada en Wadi Murabbaat, unos pocos kilómetros al Sur de la primera cueva de Qumran. De Vaux premió la ingenua maldad de los beduinos contratándoles oficialmente para realizar las excavaciones siguientes, que sacarían a la luz cuatro nuevas cuevas y numeroso material entre el que destacan los textos relativos al héroe guerrero Bar Kojba, quien en el año 132 d.C. dirigió la segunda rebelión judía contra los romanos.
Los mencionados textos, permiten reconstruir notablemente aquellos sucesos y el dramático final de los supervivientes de la última batalla librada en Bezex en el año 135 d.C. Los soldados judíos que se salvaron de la matanza tomaron a sus esposas e hijos y se refugiaron en las inaccesibles cuevas del desierto, pero los legionarios romanos montaron guardia a la salida hasta que murieron de hambre y de sed en el interior. El fragmento de una vasija encontrada por De Vaux en una de aquellas cuevas junto a esqueletos humanos, es el testimonio conmovedor de la tragedia: “Saúl, hijo de Saúl. ¡Shalom!” (Paz).
Algo más al Sur, la aparentemente inexpugnable fortaleza de Masada que mandó construir Alejandro Janeo a principios del siglo I a.C. es el escenario de una tragedia aún mayor vivida en los años 73-74 d.C. Unos ocho años antes, Masada se convirtió en el refugio del ejército de zelotes enfrentado a Roma donde se hicieron fuertes hasta años después de la caída de Jerusalén en el año 70 d.C. Tras un largo asedio romano y cuando todas las esperanzas habían abandonado el espíritu de resistencia, Eleazar ben Yair, descendiente de Judas Galileo -que fue el fundador de la facción revolucionaria de los zelotes y caudillo de Masada- convenció a sus compañeros de que era mejor quitarse la vida que rendirse al enemigo. Cada varón dio muerte a sus familiares y diez elegidos al azar cumplieron con la misión de terminar con los otros, quitándose ellos la vida después. Dos mujeres y cinco niños que permanecieron escondidos fueron los únicos supervivientes de la masacre. El resto, hasta un total de novecientas sesenta personas, cubrieron de muerte el suelo de la fortaleza definitivamente rendida a las legiones romanas.
En este lugar marcado por la tragedia también se realizaron excavaciones entre los años 1963 y 1965 que permitieron recuperar numerosos textos entre los que merecen ser rescatados los fragmentos del Génesis, del Levítico y algunos Salmos; fragmentos apócrifos pertenecientes al Eclesiástico hebreo, papiros en hebreo y griego y más de doscientos fragmentos cerámicos con inscripciones arameas y textos latinos dejados por los romanos.
Los Manuscritos del Mar Muerto
Así como los textos de Bar Kojba y Masada contienen referencias suficientes para situarlos cronológicamente, los de Qumran, en cambio, carecen de esa propiedad. Sin embargo, hay indicios que permiten soslayar dicho inconveniente, como el hecho de que no se mencione en ellos la destrucción del segundo templo, en Jerusalén, que hace suponer la autoría de los textos con anterioridad al suceso. Por su parte, el comentario de Nahum habla de un rey griego llamado Antíoco que tomó Jerusalén y de otro llamado Demetrio que no lo consiguió a pesar de sus intentos. El primero de ellos fue Antíoco IV Epifanes (175-164 a.C.) y el segundo se trata sin duda de Demetrio III Eucaro (92-89 a.C.) También se habla de un personaje llamado Emilio que fue el responsable de una matanza, y que sin duda se refiere al primer gobernador romano de Siria llamado Emilio Escauro (65-62 a.C.)
Las alusiones históricas como las mencionadas no son muy abundantes, pero resultaron suficientes para confirmar las conclusiones arqueológicas y paleográficas de De Vaux, quien fijó como periodo de referencia el que abarca los siglos segundo y primero a.C. y buena parte del siglo primero d.C.
Los manuscritos hallados en Qumran -en las once cuevas finalmente descubiertas- fueron ocultados allí durante la primera guerra judía contra Roma y, muy probablemente, en el año 68 d.C. fecha en la que los esenios fueron barridos de su asentamiento por las legiones de Vespasiano. La gran mayoría de tales manuscritos fueron redactados y copiados en el tiempo que duró la estancia de la Comunidad Esenia en Qumran, establecida por vez primera allá por los años 150 a.C.
Estas conclusiones y la autenticidad de tales manuscritos es algo que hoy nadie pone en duda. Incluso la paleografía reconoce que alguno de ellos se remonta mucho más atrás en el tiempo, hasta principios del siglo tercero a.C. constituyendo la referencia histórica más antigua del judaísmo.
Lo que dicen los textos
El comentario de los textos es una tarea que trasciende la modestia del presente articulo, por lo que me limitaré a hacer algunas precisiones y facilitar alguna bibliografía para quienes deseen profundizar.
Los textos suelen estar clasificados en cuatro grupos: las reglas: temas poéticos y de sabiduría; interpretación de la Biblia y, finalmente, composiciones varias.
El denominado Manual de Disciplina o Regla de la Comunidad, fue hallado en la primera cueva y fechado en la primera mitad del siglo I a.C. y comienza con la formulación de los propósitos del aspirante y un informe sobre la ceremonia de ingreso a la Orden, a la vez que se piden bendiciones para quien ha decidido esa vida asceta, de este modo: “Que ÉL te bendiga con todo lo bueno y te proteja de todo lo malo. Que ilumine tu corazón con la sabiduría que da vida y te conceda el conocimiento eterno. Que vuelva su piadoso rostro hacia ti y que seas feliz eternamente”
La Regla contiene también las normas de la vida en la Comunidad, las etapas de desarrollo en el seno de la misma y un código penal, para terminar exponiendo la doctrina sobre el horario del culto.
No es difícil apreciar en el Manual de Disciplina Esenio los antecedentes de las llamadas normas de la Iglesia de los primeros siglos del cristianismo.
Otra norma es la llamada Regla Mesiánica, o de la Congregación dirigida a todo el pueblo de Israel. En ella se determina la educación para la infancia, el matrimonio y la participación en los asuntos de la secta. Establece las normas para el ascenso jerárquico en la Comunidad y las causas que pueden impedirlo. Todo ello bajo la autoridad de los sacerdotes hijos de Zadok: “Cuando en la mesa común se ponga la comida y se escancie el vino nuevo, nadie tienda la mano hacia la primicia del pan y del vino antes que el Sacerdote”.
Un enorme interés tiene la llamada Regla de la Guerra, compuesta de diecinueve columnas manuscritas en las que se describe la guerra escatológica que los esenios creían habría de librarse durante los últimos cuarenta años de su época. Se trata de un análisis teológico de la eterna lucha entre el bien y el mal en un marco imaginario en el que los hijos de la Luz se enfrentan a los de las Tinieblas, en un equilibrio de fuerzas tal, que solo la intervención de Dios decantará la victoria final. El autor de la Regla demuestra un claro conocimiento de las estrategias del combate, aunque la irrealidad de la acción queda evidenciada en numerosos apartados y, sobre todo, en la referencia a las características de los guerreros, que son gente madura, mientras que los auxiliares son los más jóvenes: “Los hombres del ejército tendrán de cuarenta a cincuenta años de edad. Los inspectores de los campamentos tendrán de cincuenta a sesenta. Los oficiales tendrán de cuarenta a cincuenta. Los que despojan los cadáveres, los que recogen el botín, los que custodian el bagaje y los que suministran las provisiones, tendrán de veinticuatro a treinta años de edad”
En el texto alegórico no falta la intervención de los sacerdotes y levitas que hacen sonar las trompetas y recitan plegarias hasta que, finalmente y según se recoge en las últimas cinco columnas, la guerra concluye con la victoria de los hijos de la Luz.
Para terminar con la referencia a las Reglas, citaré el llamado Manuscrito del Templo, el más extenso de todos -consiste en un rollo de 8,50 metros de longitud- y todavía no publicado. Contiene la doctrina que rige la pureza y la impureza, la celebración de festivales y la construcción del Templo, y normas para el Rey de Israel. Todo ello redactado a modo de revelación, como si las palabras emanasen directamente de Dios.
(Añado aquí algunas referencias bibliográficas, en idioma español, para quien desee más información:
Autor: Vermes, G. Titulo: Los Manuscritos del Mar Muerto
Autor: Székelly, B. Título: El Evangelio de los Esenios)
Y para finalizar, centro mi atención en el denominado “El Evangelio de la Paz”.
El legado esenio trasciende los contenidos de las once cuevas de Qumran, de Bar Kojba y de Masada, pues no toda su obra fue ocultada en esos lugares ante la invasión romana. Una parte esencial de su trabajo siguió otros caminos en busca de protección ante el invasor pagano, y no aparecería hasta el siglo IV d.C. cuando una comunidad de anacoretas que habitaban en el desierto de Calkis (o Calcis). Entregó a San Jerónimo varios manuscritos esenios escritos en arameo. San Jerónimo, dálmata de origen, hubo de aprender hebreo y arameo para realizar una traducción bíblica que le llevaría prácticamente toda su vida. El esfuerzo, no obstante, mereció grandes reconocimientos, pues aquellos manuscritos revelaron enseñanzas desconocidas de Jesús de Nazareth. Todo un compendio doctrinal recogido simultáneamente a su predicación por quienes estaban con él, presentes. Circunstancia que parece circunscribir dicho discurso al entorno privado de la Comunidad Esenia, de ascetas confirmados, colectivo conocido y visitado por Jesús y afín a su sentir -que también lo era del resto de su familia, y de un amplio porcentaje del pueblo judío- aun sin pertenecer a la Comunidad. Una conversación íntima, por tanto, entre personas con un trasfondo espiritual común o muy cercano, en definitiva, que no oculta el destacado liderazgo moral de Jesús reflejado en los textos, en línea con el ascetismo de la Comunidad que resulta así refrendado por él . El conjunto de manuscritos, conocido como El Evangelio Esenio de la Paz, fue a parar a los archivos del Vaticano y a las manos de San Benito, quien conmovido por su doctrina creó una orden inspirada en ella. Sin embargo, habrían de pasar siglos antes de que viesen la luz. Y este acontecimiento tuvo lugar de la mano del Dr. Edmond B.Székely, autor de una primera versión al francés, en el otoño de 1.925
Hoy existen traducciones al español y, adentrarse en su lectura es encontrar un mensaje sorprendente y desconocido de un Jesús extraordinariamente cercano al hombre de nuestros días conmovido por la Naturaleza y la Conciencia global, ecológico. Algo muy nuevo respecto a los evangelios canónicos que, sin embargo, resuena familiar.
Jesús aparece en el texto como el maestro que instruye sobre alimentación recomendando dietas y ayunos purificadores; que habla de higiene corporal, del respeto a la vida y de la Madre Terrenal que a todos nos acoge, con estas palabras: “Pues en verdad os digo que de una misma madre procede cuanto vive en la tierra. Por tanto, quien mata, mata a su hermano. Y la carne de las bestias muertas en su cuerpo, se convertirán en su propia tumba. Pues en verdad os digo que quien mata se mata a sí mismo y quien come la carne de las bestias muertas, come el cuerpo de la muerte”. Jesús fundamenta sus palabras en el mandamiento divino que dice: “igual que a ellos he dado toda la hierba verde, así os doy a vosotros su leche. Pero no comeréis carne ni la sangre que la aviva (…) Y vuestros cuerpos -añade él- se convierten en lo que son vuestros alimentos, igual que vuestros espíritus se convierten asimismo en lo que son vuestros pensamientos. Así, comed siempre de la mesa de Dios los frutos de los árboles, el grano y las hierbas del campo, la leche de las bestias y la miel de las abejas. Todo más allá de esto es Satanás y lleva por los caminos del pecado y la enfermedad, hacia la muerte”.
Otra parte del evangelio se basa en recomendaciones para purificar el cuerpo y el espíritu con indicaciones claras del beneficio del ayuno y de los lavados intestinales, como estas: “Si deseáis que la palabra y el poder del Dios vivo penetren en vosotros, no profanéis vuestro cuerpo y vuestro espíritu, pues el cuerpo es el templo del espíritu, y el espíritu es el templo de Dios (…) En verdad os digo que, a no ser que ayunéis, nunca os libraréis del poder de satanás y de todas las enfermedades que de él vienen. Buscad el aire fresco del bosque y de los campos, y en medio de ellos hallaréis el ángel del aire. Inspirad entonces larga y profundamente para que el ángel del aire penetre en vosotros. Después, buscad el ángel del agua, quitaos vuestro calzado y vuestro vestido y dejad que el ángel del agua abrace todo vuestro cuerpo, pues en verdad os digo que el ángel del agua expulsará de vuestro cuerpo toda impureza que lo mancille por fuera y por dentro. Renovad vuestro bautismo con agua mientras dure vuestro ayuno (…) Los ángeles del aire, del agua y de la luz del sol son hermanos. Dejad que os envuelvan cada día y dejarles habitar en vosotros: son hijos invisibles de la Madre Terrenal, así que no separéis vosotros a aquéllos que el cielo y la tierra han unido (…) “Vuestra Madre Terrenal está con vosotros y vosotros en ella. Fue ella quien os dio vuestro cuerpo y a ella se lo devolveréis algún día. El aire que respiramos ha nacido del aliento de nuestra Madre Terrenal. Su aliento es azul en las alturas de los cielos, revolotea en lo alto de las montañas y susurra entre las hojas del bosque. La dureza de nuestros huesos ha nacido de las piedras y de las rocas (…) En verdad os digo que sois uno con la Madre Terrenal; ella está en vosotros y vosotros en ella. De ella nacísteis y en ella vivís. Guardad, por tanto sus leyes, pues nadie puede vivir mucho ni ser tampoco feliz, sino quien honra a su Madre y cumple sus leyes, pues vuestra respiración es su respiración, vuestra sangre su sangre, vuestros huesos sus huesos, vuestra carne su carne y vuestros ojos y oídos, sus ojos y oídos”.
Finalmente, añadiré la respuesta de Jesús a la pregunta que alguien de los presentes formuló respecto a cuáles eran las leyes de la vida, dijo así Jesús: “No busquéis la ley en vuestras escrituras, pues la ley es la Vida. Dios no escribió las leyes en las páginas de los libros, sino en vuestro corazón y vuestro espíritu. Se encuentran en vuestra respiración, en vuestra sangre, en vuestros huesos, en vuestra carne y en cada pequeña parte de vuestro cuerpo. Están, presentes en el aire, en el agua, en la tierra, en las plantas, en las profundidades y en las alturas. Todas esas cosas os hablan para que entendáis la lengua y la voluntad del Dios vivo. En verdad os digo que las escrituras son obra del hombre, mientras que la vida entera es obra de Dios”.
Félix Gracia
Artículo publicado en la Revista MÁS ALLÁ, en Septiembre de 1990, y Recuerdos de mí)
P.D: Me complace anunciar una tercera y última entrega titulada: LA DOCTRINA DE LA COMUNIDAD ESENIA, de próxima publicación.