Vivimos tiempos difíciles; tiempos que remueven la memoria del alma aflorando sentimientos otrora vividos, experimentados, sufridos...
Lo de ahora no es nuevo, sino eterno. Existe en el seno de la Vida como un impulso renovador y de cambio; como una semilla que germina, crece, y llegado su momento fructifica para luego permanecer dormida, latente, hasta que llegue el tiempo de un nuevo despertar, que es también el tiempo de la renovación y del cambio. Cuando ese momento llegue, resucitarán en el alma los sentimientos que acompañaron al proceso anterior, en el que algo tuvo que morir para que algo nuevo naciera.
Y aquí nos hallamos, en pleno proceso de renovación, en plena crisis; protagonizando un cambio que significa "crecer ampliando nuestros límites", la conciencia de lo que somos, porque nos mueve y arrastra un instinto sublime hacia la totalidad del Ser.
Sí, aquí nos hallamos, muriendo y renaciendo a la vez. Despiertos, mientras transitamos por la "noche oscura del alma"; por ese tiempo fronterizo en el que uno ya no encuentra la seguridad en lo conocido o poseído -que está llamado a desaparecer- ni tampoco en lo nuevo que ha de llegar porque aún no ha llegado. Y, mientras ese tiempo permanece, la vida humana se asemeja a una frágil barca en plena tormenta y, nosotros, a sus atribulados ocupantes.
La metáfora del Evangelio se hace real en nuestra experiencia de vida, como siempre ha sido. Y aquí nos hallamos hoy. O así lo siento yo. Somos el personaje que habita en la barca. Pero, tal vez ese cambio que se anuncia por el horizonte pueda llevarnos al reconocimiento de que a pesar de nuestra flaqueza, de nuestras limitaciones y miedos, también somos aquél que camina sobre las aguas.
Así lo siento en mi también atribulado corazón. Y, porque así lo siento y quiero vivirlo, renuevo mi confianza expresada en estas palabras que reproduzco seguidamente, y que un día escribí como colofón para todos los asistentes a un Curso sobre Jesús; ese Jesús intemporal, eterno caminante que camina sobre las aguas hacia la barca donde le esperan sus atemorizados amigos, entre los cuales y como ellos me siento y declaro.
Si tú, amiga o amigo que me lees, te sientes así, miembro de ese colectivo amigo de Jesús, aquellas palabras de entonces son hoy para ti:
"Pase lo que pase y veas lo que veas..., recuerda. Cuando te caigas. Cuando vueles. Cuando rías. Si aparece el dolor, o la suerte, o la tristeza..., recuerda. Cuando el viento tense tus velas en mar abierto y sientas la proximidad de tu destino, o cuando la tormenta amenace con hundir tu barca..., recuerda. Pase lo que pase, recuerda que en la experiencia del vivir todo es pasajero, pero que tú eres la roca firme de la Verdad y la Vida eternamente manifestadas; que eres el Hijo de Dios en cada instante de tu vida y que cualquiera que sea tu nombre, también te llamas Jesús.”
Félix Gracia