“YO SOY EL CAMINO…”
Jesús es el camino de fase hacia el Renio de Dios o de los Cielos, y que en verdad sus palabras anunciaron ya su verdadera naturaleza aquel lejano día que dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida (…) nadie llega al Padre si no es por mí”.
Jamás se habían pronunciado palabras semejantes. Ni en la historia de la humanidad existe otro momento como éste en el que Dios se muestra tan asequible a los hombres, tan cercano, tan fácil… Con esta afirmación, Jesús no sólo revela una verdad metafísica respecto a la identidad entre él y su obra, sino que al mismo tiempo está anunciando a todos los demás que él es la clave para realizar la experiencia celestial. Sus palabras: “Nadie llega al Padre si no es por mí”, contienen el doble sentido de “a causa de mí” y también “a través de mí, o conmigo”, que ponen de manifiesto el carácter de clave al que me refiero. En consecuencia, a partir de sus propias palabras deducimos que si un ser humano conecta o se une a él, automáticamente deviene incorporado al camino del Reino de los Cielos y a su conclusión, que es realizar al Hijo de Dios. Lo que permite afirmar igualmente que todo ser humano que se una a Jesús, incorpora sobre sí la experiencia del Nazareno, su vida y su obra, como si realmente hubiese sido vivida por él.
Esta fue la gran y liberadora promesa de Jesús. “Yo lo he realizado –viene a decir– y por tanto, la experiencia está ya realizada para todo aquél que se una a mí. Porque si se une a mí, él y yo somos uno”. Y lo expresó con sus palabras: “Aquél que crea en mí, hará él también las obras que yo hago”, O aquellas otras que aseguran la unión con el Padre a partir de la unión con él: “Quien me acoja a mí acoge a Aquel que me ha enviado” (Jn 13,20)
Las palabras de Jesús recuerdan por su sentido aquellas otras contenidas en los Vedas en relación al poder del Santo: “Las relaciones con los demás basadas en la complacencia de los sentidos son, sin duda, el sendero hacia el cautiverio. Pero cuando se establecen con una persona Santa, llevan a la senda de la liberación, incluso si se establecen sin conocimiento” (Srimad Bhavagatan). Es decir, la relación con un Santo –que sugiere conexión o proximidad a él– provoca la santidad.
Ambas referencias, no obstante, han de ser observadas desde el punto de vista de la Totalidad para penetrar en su verdadero mensaje, pues no aluden a seguimientos personales provocadores de estados de dependencia, sino a conexiones reales con estados más elevados de uno mismo. El Santo no es otro diferente de nosotros, sino nuestra versión santa. Y en este sentido, Jesús no es tampoco “otro”, sino nuestra más elevada y noble de las versiones, porque representa a aquélla que se siente y sabe Dios. Por tanto, la unión con Jesús no supone ninguna merma de “lo que somos”; no va en detrimento de nuestra “soberanía”, sino que nos agranda hasta lo más grande de nuestra naturaleza, donde sí somos soberanos. Por eso, la unión con Jesús –que es la versión representativa del Hijo de Dios– convierte en eso mismo al ser humano.
Félix Gracia (Libro: Yo soy el Camino... la verdad científica de Jesús. 2002)