“Habló Yahvéh a Moisés y le dijo: Di a los hijos de Israel que se pongan en marcha” (Éxodo 14,15)
Un Sinaí desierto, vacío, sin alma…, sí. Y un triste adelanto del cementerio que estamos construyendo como alternativa a la Tierra Prometida que inspiró a los de entonces. Tal vez ha hablado Dios en el Sinaí…, pero ¿dónde está Moisés, que es el ejecutor de Su voluntad? ¿dónde los oídos prestos a escuchar? ¿dónde el ánimo limpio de codicia?
Han transcurrido tres mil quinientos años de calendario y nos hemos vuelto a reunir haciendo piña en el mismo lugar de entonces: el Sinaí. Quiero pensar que accionados desde nuestros adentros porque el impulso primordial que dio lugar a aquella “movida” en el Mundo sigue vivo en nuestros corazones, y no ha dejado de ser ni ha cambiado, dada su naturaleza de Fuente Inagotable y eternamente creadora, a la que comúnmente denominamos Dios; la Causa Suprema de cuanto ha sido, es y será. Pues solo Él/Ello es esencial; el resto, son simples manifestaciones fenoménicas suyas, cuyo conjunto constituye la Creación en actualización continua, siempre cambiante, mientras la Fuente Creadora, Él/Ello, permanece inmutable.
Quiero decir que la “movida” del Éxodo con sus ingredientes básicos está activada en todo momento; lo cual no significa que se repita la historia (como solemos entender) sino que siempre está ahí, como un mundo paralelo; o como las ondas de los programas de televisión que tú no ves, sencillamente porque estás conectado a otro canal, pero que nunca dejan de estar y pueden ser recuperados y vistos cambiando de frecuencia. Así funciona la Vida, lo cual significa –siguiendo con la metáfora- que con toda probabilidad, también ahora “Dios esté hablando” y dictando instrucciones conforme al “guión” que prevé un nuevo viaje de la Humanidad, antaño llamado hacia la Tierra Prometida y que hoy denominamos Mundo Nuevo. Y que algo en nosotros así lo ha sentido y movilizado hacia el mismo escenario geográfico de aquella remota ocasión, esta vez bajo el lema: COP27, o Cumbre Mundial por el Clima, y con el alto objetivo de fijar el rumbo de la Humanidad para alcanzarlo.
Es decir, con la intención de establecer un código ético y moral de obligado cumplimiento para todas las naciones del mundo y sus habitantes; una suerte de Decálogo o nuevas Tablas de la Ley actualizadas a los tiempos presentes que no solo preserve la vida, sino que haga de ésta una experiencia de comunión con el todo; y del mundo presente, aquel “Mundo Nuevo” de las profecías donde ya no exista el dolor ni la muerte, característicos del “antiguo” y todavía actual…
Pues bien, días atrás publiqué un artículo-Editorial en la revista Oikosfera celebrando positivamente la iniciativa mundial que hemos llamado Cumbre del Clima, a la que me vengo refiriendo en el presente artículo. Una más en la larga cadena de gestos de quienes nos gobiernan que, al igual que en las anteriores, en esta ocasión también han descendido del Sinaí sin las Tablas de la Ley (permítaseme el eufemismo), ciegos sin rumbo y sin alma…
Ningún acuerdo específico, como es sabido. Solo una “limosna” para los países pobres, con la que tranquilizar conciencias. “Postureo”, al fin; hipocresía como la de aquel judío de los evangelios que hacía sonar la campana para que todos vieran que había dado limosna. Dios ha hablado una vez más a Moisés ordenándole que ponga al pueblo en marcha, pero Moisés no estaba ahí… Porque Moisés no está en la cabeza ni en el corazón de ningún gobernante político, sino en el corazón de la gente sencilla que ha hecho de sí misma, de su vida y de su cuerpo, su Sinaí. Ese “pueblo” no se hace representar ante Dios, porque se reconoce estar habitado por Él y y ser Su manifestación humana.
Para ese pueblo, del que me declaro miembro, la Cumbre no es un acontecimiento mediático puntual, sino una experiencia permanente, personal e íntima que siempre se está celebrando, pues es el vivir o la vida. Y todos permanecemos atentos a las nuevas consignas que sumar a las ya conocidas, a las nacidas de la Primera Ley, que cimentan la vida humana desde el origen y que son inderogables por necesarias y justas. Ahí estamos, con la lámpara encendida y el ánimo dispuesto a más. Conscientes de que el Planeta Tierra es un ser vivo con forma y estructura de casa familiar donde vivimos todos; y que todos y todo es sagrado, valioso y necesario. Pero también delicado, vulnerable y frágil que requiere ser atendido, respetado y cuidado.
Y en dicha Cumbre, en esa cita perpetua que es la Vida, todos somos Moisés. Porque Moisés no es solo un personaje histórico, sino el símbolo de un potencial registrado en el alma humana cuya función consiste en sacarnos de una situación de esclavitud (o limitante) marcada por los condicionamientos, y guiarnos hasta otra de libertad y de nuevas oportunidades. Existe, pues, un Moisés en cada uno de nosotros atento a la señal, y ése, acude fiel a la cita del Sinaí cada día de nuestra vida.
Queridos amigos y compañeros, que nadie se sienta solo. Que el que tenga más luz ilumine más y el que vaya delante ayude al rezagado. Juntos configuramos una Hermandad (el simbólico Pueblo de Israel) cualquiera que sea nuestro lugar de nacimiento o residencia. Y como tal, estamos en marcha hacia esa Tierra Prometida que desde el origen existe y viaja con nosotros mientras recorremos el Mundo Material lleno de vida.
En verdad, la Vida es un viaje hacia uno mismo a través de los otros, de “todo lo otro”.
Félix Gracia (Noviembre 2022)