No están muertos ni desaparecidos…,  solo se han hecho invisibles”.

Es un placer para mí recuperar y compartir, en estos días de luto,  de añoranza y de visitas a los cementerios con los que se estrena Noviembre,  algunas  inquietudes,  búsquedas y hallazgos que dieron lugar a un tema de gran impacto, publicado en la Revista MÁS ALLÁ en cuatro partes de las que presento  y ofrezco hoy esta primera de ellas titulada EL TRÁNSITO, a la que seguirán las otras  tituladas: 2) EL INFIERNO Y ZONA PURGATORIAL;  3) EL CIELO;  y  por último, 4) EL MUNDO DE LA MENTE.

1.- EL TRÁNSITO (Publicado en Marzo de 1989)

Hospital General de Massachusets. Año 1906. El Dr. J. Mac Dougall, médico, psicólogo y Profesor de ilustres universidades, investiga sobre moribundos tratando de comprobar si hay algo adherido al cuerpo humano que desaparezca al morir. Su búsqueda arranca de la concepción dualista -cuerpo y alma- del hombre y  de la supuesta continuidad del alma tras la muerte física de éste; en base a cuyas premisas, supuso que la muerte de una persona equivaldría a la separación de las citadas partes. Razón que le impulsó a buscar maneras o procedimientos para comprobar científicamente dicha separación. A tal efecto, construyó una balanza capaz de registrar hasta una décima de onza en el peso (unos 2,8 gramos)  y colocó a una persona agonizante en uno de los platillos, equilibrando con pesas el otro. Permaneció observando con gran atención el estado agónico del enfermo, y justo en el mismo instante en que éste exhalaba su último aliento, ¡el platillo que sostenía al cuerpo se elevó, mostrando de ese modo que se había producido una pérdida de peso!

El peso de lo invisible

El Dr. Mac Dougall realizó muchos más experimentos con personas agonizantes y, absolutamente en todos los casos se produjo una pérdida de peso del cuerpo en el preciso instante de la expiración. Decididamente, había comprobado la existencia de algo invisible que abandonaba el cuerpo súbitamente y en el preciso instante en que se exhalaba el último aliento.

Los medios de comunicación se hicieron eco de la noticia y publicaron que el Dr. Mac Dougall “había pesado el alma”. Inmediatamente, otros científicos entre los que destacó el Profesor Twining, Jefe del Departamento Científico de la Escuela Politécnica de Los Ángeles, llevaron a acabo experiencias similares con animales, pero esta vez utilizaron básculas aún más sensibles,  encerrando previamente a los animales en recipientes de cristal herméticamente cerrados e introduciendo todo ello -la báscula y los frascos conteniendo a los animales- en una gran caja de cristal de la que se había extraído la humedad-  y de esta manera, también se comprobó que absolutamente en todos los casos se producía la pérdida de peso en los animales al morir. Un ratón que pesaba 12, 8 gramos, perdió 3,1 miligramos al morir, y un conejo experimentó una súbita pérdida de peso de 60 miligramos cuando exhaló el último aliento.

Definitivamente, la ciencia había pesado “algo” que se escapa del cuerpo al morir y que además no es patrimonio exclusivo del ser humano. Esta vez no se publicó que los científicos habían “pesado el alma”, porque el  “algo” en cuestión existía igualmente en los animales.

¿Qué había sido pesado? Misterio, ni los científicos  Mac Dougall y Twining ni otros que incidieron más tarde en el mismo tipo de experiencias, facilitaron una respuesta coherente al descubrimiento.

La compleja estructura del Ser

La Filosofía y la Ciencia en otras épocas hermanadas, separaron sus caminos en el siglo XIX privándonos de la posibilidad de acceder a comprensiones más ricas y complejas del universo y del hombre. Tiempo después, avanzado ya el siglo XX, dicha ruptura  ha sido denunciada, una vez más, por un científico eminente con mucho de filósofo: Stephen Hawking, reclamando la vuelta a la colaboración, al enfoque conjunto de las grandes cuestiones,  porque solo de ese modo puede el hombre avanzar en la comprensión.

Pues bien, esa respuesta que faltó en su día a los profesores Mac Dougall y Twining, había sido formulada desde mucho tiempo antes por la Filosofía: hermetistas, teósofos, alquimistas, antropósofos, oculistas y un sin fin de tendencias más, todas ellas enfocadas al estudio y la investigación de los planos de existencia invisibles, contienen esa y muchas más respuestas a lagunas científicas, que haríamos muy bien en considerar.

Tales movimientos filosóficos coinciden en una comprensión global del hombre que dista mucho de la simplista división en cuerpo y alma. Por el contrario, reconocen al ser humano como el resultado de CUATRO cuerpos o vehículos coexistentes, aunque de distinta naturaleza, y cada uno de ellos con una función experiencial igualmente distinta. Es decir, el ser humano se sirve de cada uno de esos cuerpos para vivir un tipo determinado de experiencias en un espacio igualmente determinado. Surge de este modo la idea de que existen dimensiones o espacios distintos entre sí y que, para habitar en ellos, se requiere de un cuerpo o vehículo adecuado. Esta es también la creencia de la religión cuando habla del cielo o del infierno como lugares donde se vive después de la vida física, anunciando que allí se habita con el espíritu.

A la luz de los mencionados movimientos filosóficos -que señalan a la Revelación o sabiduría inspirada desde otros planos más elevados o por la misma Divinidad como fuente de toda la ciencia adquirida- el ser humano continúa viviendo después de la muerte física, en planos de existencia más sutiles gracias a sus otros cuerpos o vehículos. Así, al ser humano se le atribuyen, además del físico, los cuerpos llamados superiores adaptados a los planos más elevados, que son estos: el Cuerpo Vital, el Cuerpo Astral o de los Deseos, y el Cuerpo Mental. Todos ellos invisibles al ojo humano convencional y solamente perceptibles por quienes hayan desarrollado la videncia.

Hoy existe en el mercado una abundante bibliografía que recoge testimonios personales de quienes han traspasado la barrera de la muerte y han accedido al más allá para regresar de nuevo.

Cuentan los protagonistas que una vez se encontraban “al otro lado” -embriagados de una indescriptible sensación de paz y de bienestar-  aparecía una figura luminosa que les animaba a regresar a su cuerpo, argumentando que aún no había acabado su experiencia.

En la mayoría de los casos, aceptaban la indicación sin el menor entusiasmo, en otras, ofrecían resistencia y, en alguna otra, comprendían la razón de ello al visualizar desde allá algún hijo pequeño o cualquier otra circunstancia que necesitaba su presencia. En cualquier caso, se trata de personas que han vuelto a su cuerpo -así lo reconocen- después de haber accedido a otra dimensión. ¿Qué pensarán aquellos escépticos para quienes todo acaba en la tumba? Sin embargo, la existencia de otra vida después de la muerte es una creencia compartida por todas las civilizaciones, algunas de las cuales llegaban incluso a momificar a sus difuntos, quienes finalmente eran enterrados rodeados de alimentos y utensilios supuestamente utilizables en otra vida posterior. En este sentido, recordemos que el pueblo egipcio reconocía, además del cuerpo físico, otros tres elementos en la persona. El AKH, o “fuerza divina” que se integraba en la Divinidad; el BA, que ascendía a otros planos donde continuaba la vida; y el KA, constituido por cierta  materia sutil que continuaba viviendo tras la muerte durante un tiempo. Y era pensando precisamente en este elemento -el KA- por lo que procedían a la momificación de los muertos y les aprovisionaban de alimentos.

En nuestros días, las diferentes filosofías trascendentales reconocen al ser humano como un complejo de energías de diferentes niveles  vibratorios que le permiten vivir en diferentes planos de existencia gracias a dichos soportes o cuerpos.

El cuerpo más denso y ya referido anteriormente, fruto de un nivel vibraciones más bajo es el cuerpo físico, claramente perceptible y cuya esencia o composición está en perfecta analogía con el mundo físico, donde habita.  A un nivel vibratorio mucho más elevado y compuesto de otras energías, se configura el también citado cuerpo astral, que propicia todo tipo de sentimientos al ser. Su sustancia es  aquella que permite a la persona experimentar emociones y sentimientos de toda índole mientras habita en el plano físico. Posteriormente y tras la muerte del cuerpo físico, el cuerpo astral será el vehículo que transportará al ser humano a una nueva dimensión llamada Mundo Astral, donde continuará existiendo bajo otra forma de vida.

Todavía más sutil, existe otro cuerpo llamado mental, formado por energías que posibilitan la función de pensar y que en nada se paren a las anteriores. Agotada la existencia  en el mundo astral,  el Ser continuará su peregrinar en otro plano más elevado llamado Mundo de la Mente…, y allí, según dicen las revelaciones, tiene lugar la integración con el Absoluto, con Dios.

Pero todavía existe en el Ser un elemento más para completar su estructura: es el llamado Cuerpo Vital que , aunque para algunos no sea realmente un cuerpo, sino un entramado energético que permite la conexión de los auténticos cuerpos antes descritos. Su naturaleza, en todo caso, es similar a la del cuerpo físico, pues está formado de materia, y   su función es la de servir de puente entre este cuerpo físico y los otros cuerpos superiores, permaneciendo vivo y activo durante un tiempo después de la muerte, hasta que finalmente se disuelve en la tierra. Con toda probabilidad se trata del llamado KA por los egipcios, al que proveían de alimentos.

La Muerte

El ser humano, mientras vive en el cuerpo físico; es decir, mientras vive con naturalidad la vida cotidiana en el mundo,  incorpora todos sus otros cuerpos a la vez, siendo el físico el que da soporte a los demás en un medio que no les es afín, pero que, sin embargo, permite la realización de experiencias humanas  que el cuerpo físico por sí solo no propicia, como sentir emociones -experiencia promovida por el Cuerpo de Deseos- O pensar, que es promovida a su vez por el Cuerpo Mental, como digo anteriormente. Así resulta el vivir cotidiano personal, que se alarga hasta la muerte.

Cuando este momento llega se produce la separación del cuerpo físico de los otros vehículos superiores. El primero en hacerlo es el Cuerpo Vital, que lo hace justo en el instante de la expiración y, puesto que está formado por sustancia del mundo físico al igual que el cuerpo así llamado… ¡su separación provoca una pérdida de peso en éste!

Ya tienen, pues, los profesores Mac Dougall y Twining el nombre de ese “algo” que ellos acertaron a pesar: se llama Cuerpo Vital, actúa como nexo de unión entre los vehículos superiores Astral y Mental y el cuerpo físico, y acompaña e interpenetra a éste hasta la muerte.

Tenida lugar ésta, el Cuerpo Vital -que ya no tiene función alguna en otros planos de existencia posterior donde sí continúan el  Astral y el Mental-  el Vital, asegura la filosofía trascendental, permanece próximo al cuerpo físico hasta que por fin se disuelve en la tierra. Las personas que han desarrollado la videncia, pueden contemplar el espectáculo que ofrecen los Cuerpos Vitales de los difuntos flotando sobre sus tumbas y dando un aspecto auténticamente fantasmagórico a los cementerios. Por su parte, los cuerpos astral y Mental abandonan igualmente al físico, aunque no de una manera brusca, sino tras un periodo de tiempo que puede extenderse hasta tres días. Durante ese corto tiempo, ambos vehículos superiores permanecen fuera del cuerpo físico, pero unidos a él a través de un cordón de energía llamado “cordón plateado”, que tiene la forma de dos números 6, uno en posición vertical y el otro horizontal, conectados entre sí.

Los tres días de espera, y Jabamiah el Resucitador

La Cábala -elemento central del misticismo hebreo- reconoce la existencia de 72 entidades espirituales que trabajan a las órdenes del Creador ocupándose de tareas específicas, a las que divide en nueve categorías. Más tarde, el cristianismo incorporaría a su doctrina dicha creencia, y cada una de esas categorías espirituales serían denominadas, según su rango, de la siguiente manera: Serafínes, Querubines, Tronos, Potestades, Virtudes, Dominaciones, Principados, Arcángeles y Ángeles.

El coro angélico mantiene en la Cábala nombres individuales para cada uno de ellos, formados siempre por cinco letras hebreas. Esta asignación de nombres individuales a cada ángel implica el reconocimiento de funciones y poderes distintos e individualizados, admitiendo también que entre todos ellos existe un turno para actuar.

Al final de la relación y con el número 70, aparece uno muy especial con el nombre de Jabamiah que pertenece a la categoría de los Ángeles, y entre sus poderes destaca el de  resucitar a los muertos. De este modo, cuando moría una persona, la tradición aconsejaba esperar a que la ronda angélica de los 72 terminara, a razón de una hora de intención a cada uno. Así, llegaba el turno a Jabamiah 70 horas después del fallecimiento y éste podía devolverlo a la vida. Si pasado ese momento en el que actuaba el resucitador, el difunto no había recobrado la vida, se admitía que estaba definitivamente muerto y se procedía a su enterramiento: habían transcurrido 72 horas, o tres días.

El cristianismo aplicó durante siglos la misma idea de mantener a los difuntos tres días sin enterrarlos, lo que induce a pensar que los primeros cristianos habían incorporado esta creencia del judaísmo, o que conocieron por otras fuentes el tiempo que necesitaba el difunto para integrarse definitivamente a su vida en el Astral.

(Nota: Cábala significa “Tradición”, y viene a ser un compendio de la doctrina judaica donde se funden el sentido cosmogónico y el ordenamiento del universo. Su influencia conceptual en el cristianismo es evidente)

El proceso post-mortem

El “cordón plateado” antes mencionado, puede ser igualmente visto por los videntes, y permanece conectado por un extremo al cuerpo físico, exactamente al corazón. A su través  se produce el trasvase de información hacia los vehículos superiores de todos los acontecimientos vividos por el difunto durante su estancia en el plano físico. De tal manera que el fallecido contempla la película de su vida y, únicamente después de realizada esta información, se rompe el cordón, sin que pueda conocerse el tiempo exacto que tarda en ello pues depende de cada persona. Se admite, no obstante que ocurre dentro de los tres días siguientes al fallecimiento. En este periodo, el difunto puede ser “llamado” de nuevo a la vida, pero una vez que el citado cordón se rompe -exactamente por el punto de unión de los números 6- el Cuerpo Físico está completamente muerto. Se comprende, pues, el daño que puede originar al difunto cualquier tipo de manipulación realizada sobre su cuerpo desde la ignorancia del citado proceso…

Es de suma importancia actuar correctamente ante el recién fallecido ofreciéndole justo aquello que necesita: tranquilidad y silencio.  El que se va no sufre en el tránsito ni tiene sensación de haber terminado, sino de haberse trasladado a otro lugar más sutil.

Existen numerosos testimonios de personas fallecidas que después de traspasar la “frontera” han regresado a sus cuerpos físicos, y sus impresiones del “otro lado” son generalmente coincidentes, definiendo la experiencia  como de una gran sensación de paz y felicidad.

Sin embargo, nuestra cultura mantiene un comportamiento ante la muerte absolutamente incoherente con lo que en realidad sucede en ese instante y lo que viene después. El día que nazca en nosotros el sentimiento de que somos peregrinos transitando un largo camino con múltiples etapas en cuyo final se produce la reintegración con la Divinidad…, ese día comprenderemos  que la muerte es una liberación. Es posible que entonces aprendamos también a ayudar a morir actuando desde aquí, como guías anticipados de allá.

Para muchos, la muerte es como un viaje sin programar a una ciudad desconocida. Ese viajero se angustiará ante lo desconocido y andará desorientado un tiempo hasta que por fin logre situarse. Se marchan familiares y amigos y les dejamos partir con rumbo poco definido e ignorando qué tipo de ciudad van a encontrar al final de su viaje. Pero mantenerse en la ignorancia o cerrar los ojos ante las evidencias no ayuda a resolver los asuntos. No podemos escudarnos en que la ciencia aún no ha demostrado la existencia del  proceso pos-mortem. No exijamos que un colega de los profesores Mac Dougall y Twining venga a decirnos hoy lo que existe y compone la vida desde su origen. Por el contrario, animemos a los científicos para que junto a sus métodos, utilicen otros complementarios que permitan afirmar:  ¡está muerto!. Antes de cualquier manipulación.

Stephem Hawking tiene razón. Es necesario que la Ciencia y la “otra ciencia”, metafísica y oculta,  se tomen de la mano para ofrecer al ser humano respuestas a preguntas vitales.

Félix Gracia

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